AQUÍ ESTOY SEÑOR ENVÍAME A MI

 

Hay un tiempo para todo dijo Salomón.

Existen experiencias en la vida que nunca se olvidarán porque tuvieron un impacto tan profundo que hicieron huella y llegaron para quedarse.

Unas experiencias fueron de un gran sufrimiento desmedido. Otras de un gozo profundo y otras han sido experiencias divinas, espirituales, donde se mueve el Espíritu de Dios. Jesús un día conversando con Nicodemo, un maestro de la ley, un hombre religioso que conocía de las leyes de Dios, como Jesús le hablaba en el espíritu, él no le comprendía. En un momento, Jesús le respondió: —Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? Te lo aseguro: nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo si no es el que bajó del cielo: el Hijo del Hombre. (Juan 3, 10-13)

En estos días hace 40 años tuve la experiencia más impactante de mi vida.

Podría ya escribir varios libros de cada detalle, pero seré breve en describir lo que pasó en mi vida. De las experiencias de sufrimiento y gozo cada uno tenemos nuestra historia, sin embargo, para mí las de Dios, del Espíritu Divino, han sido las más grandes, en donde mi vida ha tenido un giro transformador y me ha llevado a ver más allá de lo humano. Jesús vino para revelarnos lo que no se ve pero que existe, el Amor del Padre hacia sus hijos pecadores. Jesús es el enviado a proclamar este Amor incondicional, invitándonos a conocerlo y después seguirlo, ya que cuando alguien encuentra el Amor más grande, ya nunca lo puede dejar, al contrario, se apega para estar siempre unido a él.

Mi primera experiencia de Dios, ya con uso de razón, fue siendo un niño de 7 años cuando hice mi primera comunión. Al recibir el cuerpo de Cristo experimenté una paz, un gozo tan profundo que nunca había experimentado, siendo hijo de una madre soltera y viviendo en la pobreza desde mi nacimiento, en una casa de cartón en una vecindad de Tijuana y sin duda, ese día mi corazón sentía la necesidad de vivir un momento de felicidad y allí fue mi primera experiencia, fue algo más que felicidad común.

Hoy puedo decir que este fue mi primer llamado de Dios. Quedé marcado sin poder entender todo esto. Pasaron los años y parecía que esa experiencia se había olvidado, sin embargo, no fue así. Siendo joven soltero buscaba la felicidad en placeres como la mayoría de los jóvenes y quizá por el hecho de que había experimentado una felicidad tan grande al recibir a Cristo en mi primera comunión, aquellos placeres no me llenaban el vacío, que solo Dios puede llenar. Llegó el momento donde me casé con mi novia y ahora esposa Sara en mi búsqueda de la felicidad y claro que fue una experiencia maravillosa. Después tuvimos la bendición de tener a nuestro primer hijo y con ello, sentir el gozo de ser padres por primera vez. Mi madre siempre pedía por mí a Dios y a la Virgen María, a diario rezaba su rosario y llegó el momento donde sentí la necesidad de querer saber por qué yo era católico y fue cuando decidí aceptar la invitación a estudios de biblia de un sacerdote quien en una misa hizo el llamado y fue así que comencé a conocer la Historia de Salvación, de dónde venimos y a dónde vamos.

Después de unos años comencé a experimentar que la verdadera plenitud estaba en Dios Padre y su Hijo Jesucristo y aquí noté que esto si le daba un sentido a mi vida por el cual vivir. Aprendí que la plenitud está en conocer a Jesucristo. Él dijo: «¡Yo soy el camino la verdad y la vida!» Y también dijo: «Y conocerán la verdad y la verdad los hará libres.» (Juan 8, 32). Comencé a sentir un llamado de Jesús muy fuerte y después de unos años ya no podía resistirme a su llamado y le pregunté: ‘Señor, ¿qué quieres de mí?’, y desde ese momento me dio una misión al poner un hombre en mi camino, que me confió que había decidido, ese mismo día que conversamos, que se quitaría la vida esa noche al llegar de su trabajo. Sentí entonces en mi corazón que Dios me dijo: «¿qué vas a hacer si como él hay millones de personas para quienes sus vidas ya no tienen sentido? Y, si tu vida tiene sentido, ¿por qué no haces algo? Ese día le hablé a este amigo, quien era alcohólico, del amor de Dios. Al final me dijo: ‘¿muéstrame quién es Dios?’ Ese mismo día busqué a unos hermanos para que oraran por él en una parroquia y al final de esa oración el lloró mucho y me preguntó: ¿a dónde me llevarás mañana? y eso bastó para darme cuenta de lo claro que era mi llamado y en la misa del fin de semana, en el momento de la consagración, le dije a Jesús: ‘¡aquí estoy, te entrego mi vida ¡y Tú, dime, ¡dónde debo de empezar!’ Entonces sentí en lo profundo de mi corazón su amorosa voz que me dijo: ‘ve y háblales a tus hermanos católicos, porque, así como tú te decías católico, pero sin conocerme, así hay millones en el mundo. ¡Comparte tu testimonio!

Esto fue un 31 de marzo. Días más tarde, fui a una casa donde se reunían para hacer oración y al cabo de un corto tiempo comencé a proclamar la Palabra de Dios, fue un 3 de abril para ser más exacto, en que dio inicio lo que ahora es el apostolado ESNE, El Sembrador Nueva Evangelización.

Doy gracias a Dios por permitir que en unos días más celebremos los 40 años de servir a Jesús y a su Iglesia, y que nos haya permitido ser testigos de miles y miles de hombres y mujeres convertidos al Señor. Hoy quiero ser aquel de los diez leprosos que regresó para darle gracias a Jesús por haberle sanado y salvado. De igual manera le agradezco al Señor por habernos llamado a servirle como a tantos de mis hermanos en Cristo que han hecho posible, también con su sí, que podamos llegar ahora a millones de almas por los diferentes medios de comunicación y eventos masivos.

Gracias a Santísima Madre María por su compañía y protección en estos 40 años y a todos los pastores de la Iglesia que nos han apoyado durante años; a sacerdotes, obispos, cardenales y al Papa Francisco; hemos recibido las bendiciones de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Hay un tiempo para todo… y usted, tú, también eres llamado a ser testigo de su amor y misericordia, en este mundo que vive en constante crisis por las guerras, la violencia, la falta de amor y por tanto sufrimiento en las familias. Hoy se necesitan más trabajadores en su mies. Dile aquí estoy Señor envíame a mí, recordando siempre estas palabras de Jesús: «No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá.» (Juan 15,16)

Quiero agradecer a todas las mujeres que acudieron al pasado Metanoia de Mujeres, cada una tuvo un encuentro que las llevó a experimentar la presencia transformadora del Espíritu de Dios en sus vidas y así encontrar con claridad su misión desde su hogar y con su familia. Ahora también son enviadas y destinadas para que den fruto y ese fruto permanezca. Motivarlas a sumarse a ser madrinas de nuevos consagrantes para el Proyecto Yo Soy el 73 del que muchas de ustedes ya son parte, no duden en comunicarse al 818- 745-4398 en EE.UU. y en México al +52 33 1487 6681 o escríbanos al correo electrónico info@soy73.com y uno de nuestros hermanos les atenderá.
Hago una cordial invitación a cada uno de ustedes a acompañarnos en la celebración del 40 aniversario de ESNE El Sembrador el próximo sábado 6 de abril en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles. Quiero verlos ahí y agradecer junto con cada uno de ustedes a Dios por tanto bien recibido.

Y no me queda más que agradecer a cada uno por sus oraciones y ofrendas para continuar la misión de que ninguno se pierda y todos se salven. Recuerda: ¡Si estás bien con Dios, todo está bien!