Existen en la actualidad innumerables oportunidades disponibles a los laicos para el ejercicio de su apostolado en la evangelización y la santificación. El testimonio mismo de nuestra vida cristiana y las buenas obras realizadas en un espíritu sobrenatural tiene el poder de atraer a los hombres a la creencia y a Dios; porque el Señor nos dice: “Dejen que su luz brille ante los hombres para que puedan ver sus buenas obras y dar gloria a su Padre que está en el cielo” (Mateo 5,16).
Jesucristo nos muestra en Su Evangelio que es necesario dirigirse al Padre en todo momento, con una oración filial llena de confianza y de confidencia o intimidad. El Evangelio nos enseña que el cristiano está llamado a vivir unido a Dios, tal y como lo enseñó a sus discípulos en las parábolas que se refieren a la necesidad de orar siempre, sin cansarse (Lucas 1, 21-33), haciendo énfasis en que “la oración es la vida del corazón nuevo” Catecismo de la Iglesia católica (CIC 2697).
Reconocer y afianzar en nosotros la importancia de mantener una vida espiritual viva y continua con Dios. Aprender a identificar las herramientas y medios que Dios nos proporciona para evitar una vida espiritual estancada y cómo encontrar salidas prácticas e inmediatas al problema, usando los talentos que se te han dado para dar muchos frutos en tus proyectos y actividades, en tu trabajo y vida diaria.
Padre nuestro,
gracias por concederme el don de la vida y la luz de un nuevo día. ¡Señor mío y Dios mío! muéstrame tu rostro, muéstrame el camino y condúceme a mi destino. ¡Señor Jesús aumenta mi fe! para creer más en ti y en todas tus promesas.
Concédeme hacerle frente a los desafíos del día Espíritu Santo obra en mi conforme la voluntad divina del Padre. Espíritu Santo huésped de mi alma, contigo podré ver lo oculto y ante las adversidades recibiré de ti poder y resiliencia para vencer…
Gracias Padre, por concedernos el amor materno de María Madre nuestra y a quien podemos recurrir para pedir su intercesión.
(presentar las peticiones ante el Señor y a nuestra madre María, pidámosle por el Papa, la Iglesia, los sacerdotes, por las vocaciones)
Dios te salve María llena eres de gracia el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María madre de Dios ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos de mal.
Amén.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos de mal.
Amén.
Gracias Padre,
por los alimentos que vamos a recibir.
Bendícelos. Por tu gracia los recibo.
Te pido por los que no tienen el pan de cada día,
para que suplas sus necesidades.
Te lo pido por tu Hijo Jesucristo.
Amén.
Hoy en día muchos católicos comienzan a leer la Biblia, pero después de algunos capítulos lo dejan de lado. No saben cómo o por dónde empezar. Ciertamente podemos organizarnos apoyados de una buena guía para evitar estar saltando de un libro a otros sin ningún orden, lo que nos lleva a perder el interés con facilidad. Trata de organizar tu vida de tal manera que todos los días encuentres un momento de 5 a 10 minutos por lo menos para dedicarte a meditar y profundizar en la palabra de Dios. Busca para esto un lugar tranquilo.
No leas la Biblia como una lectura más o solo para saber más, sino para saber lo que Dios quiere decirte, pues la biblia es la palabra de Dios escrita, es esa carta que nos envía a sus hijos. En la biblia no busques ciencia, sino sabiduría. La biblia no es un libro para guardar sino para ser leído. ¿Queremos escuchar a Dios? Abramos la Sagrada Escritura. Ahí está todo lo que debemos hacer para llegar al cielo. Ahí el Señor nos presenta el camino hacia la verdadera felicidad. San Jerónimo, autor de la primera traducción de la biblia al latín nos dijo: “no debes retirarte al descanso nocturno sin haber llenado tu corazón con una pequeña parte de la palabra de Dios”.
Recuerda entonces que en la palabra de Dios se encuentra la solución a tantos problemas que nos aquejan diariamente. Solo tenemos que abrirla, leerla, meditarla, interiorizarla, vivirla y transmitirla.
El primer paso es obtener, si no se tiene, una Santa Biblia, que sea una versión aprobada por la Iglesia Católica. Es sumamente importante que ustedes comprendan que la lectura de la Biblia no es nada fácil y que muchas veces el entusiasmo inicial por la lectura de la misma se transforma no pocas veces en una especie de decepción. “Yo leo la Biblia pero no la entiendo”: esta es una expresión que suele estar en labios de personas muy sinceras y llenas de buena voluntad. Como consecuencia, a menudo se abandona aquella lectura. Debe tomarse en cuenta que la lectura asidua y diaria de la Palabra de Dios es un camino para conocer a Cristo. Es recomendable comenzar por leer un versículo de la escritura que corresponda a los evangelios y meditar en su contenido con profundidad, San Jerónimo afirmo: “Desconocer las escrituras es desconocer a Jesucristo”.
Una forma privilegiada de leer las escrituras, es llevar el orden establecido por la Iglesia en sus tres ciclos litúrgicos. Resulta muy útil -como algunos ya lo hacen- leer previa o posteriormente los textos correspondientes a cada Misa del día Domingo. Esto vale sobre todo para los Tiempos “fuertes”, a saber, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. No olvidemos que entre la Biblia y la liturgia hay una relación tan estrecha que las hace inseparables.
Siempre hay que acercarse a la Sagrada Escritura con espíritu de fe. Y la fe es un don de Dios que es necesario implorar constantemente. De ahí que la oración debe acompañar habitualmente la lectura de la Biblia. Así se entabla el diálogo entre Dios y el hombre: “A Él le hablamos cuando oramos, y a Él lo escuchamos cuando leemos su Palabra”, afirmaba en el siglo IV el gran obispo San Ambrosio. (Tomado del libro: Alimento para el alma del peregrino – de Noel Díaz)
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, (Mateo 4, 3-4). Aquí vemos claramente que Jesús le responde al tentador con la palabra de Dios.
Padre nuestro, ¡bendito sea tu nombre! Al término de este día te invoco con agradecimiento en mi corazón por concederme ver tu poder manifestado y tu cercana compañía.
Deposito mi vida y confianza en Ti Señor.
Aquí te presento mis necesidades…
(silencio y meditar sobre las peticiones).
Ahora concédeme un descanso reparador y renueva así mis fuerzas para llevar acabo mi misión conforme a tu voluntad. Te lo pido en el nombre de Jesucristo tu Hijo.
Amén.
Los sacramentos son signos visibles de la presencia y acción invisible de Dios en nuestras vidas. El catecismo de la Iglesia Católica nos dice (1114): “los Sacramentos de la nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo” Son los grandes medios de perseverancia en la vida cristiana. Los sacramentos son «como “fuerzas que brotan” del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia». Este es el Sacramento por excelencia, que nos sirve para nutrirnos de la fuerza divina en el proceso de conversión y maduración que estamos llamados a recorrer diariamente.
En la Eucaristía es Cristo mismo quien se hace realmente presente, cuando por las palabras de consagración del sacerdote y la acción del Espíritu Santo, un sencillo pan y un poco de vino son transformados en su propio Cuerpo y Sangre.
La Eucaristía nos llena de la fuerza de Cristo, ¡porque nos llena de Cristo mismo! Por ella entramos en comunión con el Señor, pues como Él ha dicho: «El que come mi cuerpo y bebe mi Sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él». San Juan 6,56 Toda persona que con frecuencia se acerca a este Sacramento, prácticamente coopera generosamente con esta gracia que recibe en abundancia en la Comunión y experimenta en sí una vitalidad que lo impulsa a vivir la perfección de la caridad y lo lanza incansablemente al apostolado, a anunciar a Cristo a quien lleva muy dentro.
Se ha dicho que “el remedio de Dios es Jesucristo”;
Estoy completamente convencido que la Iglesia se ha sostenido todos estos siglos es, por el Sacramento de la Eucaristía.
Confesarse al menos cada 4 meses
Jesús en casa de Simón. Una mujer convertida (pecadora dice San Lucas, en realidad una ex-pecadora y, por cierto, muy arrepentida) llora a sus pies. No creo que quisiera lavar los pies del Señor, sino simplemente besarlos mil veces, sin querer ni poder contener las lágrimas. El arrepentimiento de amor. Llora sus pecados, llora de amor.
Simón no se da cuenta de lo que está pasando. Y piensa que es Jesús el que no se da cuenta. A Simón le desilusiona que Jesús no se dé cuenta de que es una pecadora. Y él no se da cuenta de que ya no lo es más. (Lucas 7, 35-50) Qué curioso somos los hombres: pensamos que Dios no se da cuenta, cuando los que no nos damos cuenta somos nosotros.
A quien se le perdona más, ama más. Una simple regla de proporciones directas. A quien se le perdona menos ama menos. Una ley del amor.
Dándonos el primer mandamiento, el crecimiento del amor; nos interesa mucho esta ley de proporciones del amor. Jesús no dice que a quien se le perdonan cosas más graves, ama más. No, no es cuestión de dedicarnos a pecar a bestia, para llegar a amar más. Simplemente al que se le perdona mucho, ama mucho. Llama la atención, que Jesús reclama a Simón una serie de desatenciones: lavado de pies, beso, unción con perfume… ninguna de ellas representa un pecado, ni siquiera venial. Pero Jesús no lo deja pasar porque son faltas de amor. ¿No tendrá acaso Simón que pedir perdón por ellas? El que ama mucho, se le perdona mucho.
¿Qué tiene que ver la confesión con todo esto?
Es nuestra manera de “lavarle los pies” al Señor con nuestro arrepentimiento y ungírselos con nuestro amor y nuestros propósitos de mejora. A quien se le perdona mucho, ama mucho. Queremos que el Señor nos perdone todos nuestros pecados y también las faltas de amor e imperfecciones que “no llegan” a la categoría de pecado. Porque amamos mucho y queremos amar más todavía.
La Iglesia siempre ha recomendado la práctica de la confesión frecuente (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1458). ¿Por qué? ¿Para qué? No porque sea necesario solo para comulgar –obviamente lo hacemos en estado de gracia- y tampoco porque tengamos miedo al infierno. Lo hacemos como delicadeza de amor. No porque seamos escrupulosos, y veamos en todo pecados gravísimos, sino para crecer en delicadeza de conciencia. Para crecer en el amor. Hay quienes, por más que buscan, no encuentran pecados en su vida. Otros, en cambio se duelen, de fallarle al Señor en cosas pequeñas. Es cuestión de amor. La confesión no existe sólo para perdonar pecados graves, es un medio excelente de santificación: divino. El lugar de encuentro con la Misericordia infinita de Dios. Y nos interesa mucho vernos inundados por ella. Purificados por la gracia. Santificados por su amor.
(Oración de Mamá Chuy por Noel)
Que el Señor le dé su bendición a mi hijo(a) y lo defienda, le manifieste su piadosísimo rostro, le dé paz y santidad.
Que el Señor omnipotente le dé Su bendición,
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Para seguir fortaleciendo tu crecimiento espiritual ponemos los siguientes medios a tu alcance. Te invitamos a que pases la bendición dejando saber a familiares y amigos que existen estos recursos como una prueba del Amor de Dios para Su pueblo.
♦Católicos de Encuentro
♦Alimento para el alma del peregrino
♦Pensamientos que Transforman
♦El Poder Transformador de las Palabras.
♦ Señor, enséñame a orar.