Así lo aseguró el Papa Francisco en su intervención al momento de concluir los “Encuentros Mediterráneos” en Marsella, Francia, frente a más de 120 representantes de Iglesias y jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo.
ESNE/ VATICAN NEWS
El Mediterráneo es un “espejo del mundo” y “lleva en sí mismo una vocación global de fraternidad, único camino para prevenir y superar los conflictos”. Fueron palabras del Papa con un rico y profundo mensaje conclusivo de estos encuentros.
El Papa recordó que Marsella tiene un carácter heterogéneo y cosmopolita que la distingue, una “multitud de pueblos” que “ha hecho de esta ciudad un mosaico de esperanza, con su gran tradición multiétnica y multicultural”. Insiste que, muy frecuentemente, se ha tomado a esta ciudad como un “entramado de conflictos entre civilizaciones, religiones y visiones diferentes”, pero esto no debe hacernos olvidar que el Mediterráneo es una “cuna de civilización” y que el mare nostrum (nuestro mar) ha sido durante siglos un espacio de encuentro “entre las religiones abrahámicas; entre el pensamiento griego, latino y árabe; entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades”.
Escuchar el grito de los pobres
Para que el Mediterráneo “vuelva a ser un laboratorio de paz” en el mundo, debe escuchar el grito de los pobres como hizo Jesús a orillas del mar de Galilea: “Es desde el grito de los últimos, a menudo silencioso, que debemos partir de nuevo”; porque son rostros, no números, dijo el Papa.
“De hecho, afirmó, el verdadero mal social no estriba tanto en el crecimiento de los problemas, sino en el declive de la atención” a los más vulnerables: los jóvenes abandonados a su suerte.
El Papa abogó por una “creatividad de la fraternidad” en donde los jóvenes sean protagonistas desde las escuelas y universidades, promoviendo soluciones concretas, pero también generosas y caritativas con los demás.