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El Santo Padre interviene sobre la «gran crisis que se está produciendo en Estados Unidos debido al inicio de un programa de deportaciones de masa» iniciado por la nueva administración estadounidense tras la toma de posesión del presidente. Francisco, que asegura haber seguido «de cerca» la crisis, envía una carta a los obispos de Estados Unidos para expresarles cercanía y apoyo en estos «delicados momentos» que les toca vivir como pastores junto al pueblo y, al mismo tiempo, denunciar algunas disposiciones que van contra la propia dignidad humana.
«El acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión».
En el texto, el Pontífice subraya que «la conciencia rectamente formada no puede dejar de realizar un juicio crítico y expresar su desacuerdo con cualquier medida que identifique, de manera tácita o explícita, la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad».
Ciertamente, el Papa reitera la necesidad de reconocer «el derecho de una nación a defenderse y mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves mientras están en el país o antes de llegar». Pero el acto de la deportación no deja de ser una herida a la dignidad humana, la dignidad «infinita y trascendente» dada por un «Dios siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado».
En la carta, el Papa se refiere también al principio del ordo amoris, elaborado en la teología de San Agustín para afirmar que todos y todo debe ser amado como es debido. El concepto fue mencionado recientemente por el vicepresidente JD Vance para justificar las medidas contra la inmigración ilegal en Estados Unidos. «El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del “buen samaritano” (cf. Lc 10,25-37), es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción», afirma el Papa Francisco en la carta.