“En medio de conflictos que no cesan, injusticias y dolores que buscan alivio, María de Guadalupe proclama el núcleo de su mensaje: «¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?». Es la voz que hace resonar la promesa de la fidelidad divina, la presencia que sostiene cuando la vida se vuelve insoportable”, recalcó el Papa León XIV en su homilía durante la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, que presidió esta tarde en la Basílica de San Pedro.
“Sí, Madre, queremos ser auténticos hijos tuyos: dinos cómo avanzar en la fe cuando las fuerzas decaen y crecen las sombras. Haznos comprender que contigo, incluso el invierno se convierte en tiempo de rosas”, pidió el Pontífice, quien elevó una súplica a la Virgen, encomendándole las naciones, los gobernantes, los jóvenes, los que se han alejado de la Iglesia y las familias.
“Como hijo te pido: Madre, enseña a las naciones que quieren ser hijas tuyas a no dividir el mundo en bandos irreconciliables, a no permitir que el odio marque su historia ni que la mentira escriba su memoria”, dijo el Papa, pidiéndole que les muestre que la autoridad “ha de ser ejercida como servicio y no como dominio”, que instruya a sus gobernantes en su “deber de custodiar la dignidad de cada persona en todas las fases de su vida” y que haga de esos pueblos “lugares donde cada persona pueda sentirse bienvenida”.
El Papa le rogó a María que fortalezca a las familias para que, siguiendo su ejemplo, los padres “eduquen con ternura y firmeza, de modo que cada hogar sea escuela de fe”, que inspire a quienes forman mentes y corazones para que “transmitan la verdad con la dulzura, precisión, y claridad que nace del Evangelio”, y que aliente a los que su Hijo “ha llamado a seguirlo más de cerca: “Sostén al clero y a la vida consagrada en la fidelidad diaria y renueva su amor primero. Guarda su interioridad en la oración, protégelos en la tentación, anímalos en el cansancio y socorre a los abatidos”.
“Virgen Santa, que, como tú, conservemos el Evangelio en nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que, aunque destinatarios, no somos dueños de este mensaje, sino que, como san Juan Diego, somos sus simples servidores”, le pidió León XIV, quien concluyó su homilía encomendándole su ministerio, para que “confirme en el único camino que conduce al Fruto bendito” de su vientre, a cuantos le fueron confiados: “Recuerda a este hijo tuyo, «a quien Cristo confió las llaves del Reino de los cielos para el bien de todos», que esas llaves sirvan «para atar y desatar y para redimir toda miseria humana»”.