León XIV: Que la Iglesia sea un faro que ilumine las noches del mundo

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El Papa Prevost celebró la Misa pro Ecclesia con los cardenales en la Capilla Sixtina. Antes de la homilía unas palabras en inglés, luego la invitación a dar testimonio de la fe en ambientes donde «se considera una cosa absurda» porque «se prefiere la tecnología, el dinero, el éxito, el poder, el placer».

León XIV: Que la Iglesia sea un faro que ilumine las noches del mundo

León XIV pronunció su primera homilía en la misa con los cardenales e inmediatamente indicó el camino que debe seguir la Iglesia, partiendo de las palabras del apóstol Pedro que reconoce en Cristo «al Hijo de Dios vivo». El Papa exhortó a un compromiso personal con Dios, en «un camino cotidiano de conversión», y después se dirigió a la Iglesia, para que juntos se viva «la pertenencia al Señor» y se lleve «la Buena Noticia a todos».

León XIV comenzó a hablar improvisadamente, en inglés, dirigiéndose a sus «hermanos cardenales» que le habían llamado «al ministerio de Pedro», «a llevar la cruz y a ser bendecido con esta misión». «Sé que puedo contar con cada uno de ustedes -dijo- para caminar conmigo mientras continuamos como Iglesia, como comunidad de amigos de Jesús, como creyentes para proclamar la buena noticia, para anunciar el Evangelio».

Existe «la falta de fe» que «a menudo lleva consigo dramas» como «la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas», enumeró el Pontífice, que no olvida «la crisis de la familia y tantas otras heridas que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad».

Y luego el Papa habló, en primera persona, «como Sucesor de Pedro», recordando su «misión de Obispo de la Iglesia que está en Roma, llamado a presidir en la caridad la Iglesia universal» y recordando las palabras de San Ignacio de Antioquía, mártir en Roma: «en ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no verá más mi cuerpo».

A continuación, León XIV dirige de nuevo su mirada a Cristo, a quien el mundo considera a menudo «una persona que carece totalmente de importancia, al máximo un personaje curioso, que puede suscitar asombro con su modo insólito de hablar y de actuar», pero una presencia «molesta por las instancias de honestidad y las exigencias morales que solicita», y por tanto a rechazar y eliminar. Mientras que la gente común no lo considera «un charlatán», sino «un hombre recto, un hombre valiente, que habla bien y que dice cosas justas, como otros grandes profetas de la historia de Israel».