Para muchas personas, la vida en este mundo es solamente tener y poseer, partiendo de la idea errónea de que todo termina con la muerte. Esa filosofía, que domina su existencia, los lleva a vivir con el deseo de solo aprovechar el corto tiempo de vida y dedican todo su esfuerzo a acumular bienes y riquezas, dinero, poder, popularidad y dar rienda suelta a los placeres que el mundo ofrece.
El Apóstol San Pablo le revela a su discípulo Timoteo estas palabras que, cuando logras comprenderlas y ponerlas en práctica, pueden cambiar totalmente tu vida: «Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso». (1 Tim 6, 7-8). Si nos detenemos un momento a comprender la profundidad de estas palabras, entenderemos que los valores espirituales tienen mayor importancia que los recursos materiales, los cuales se quedarán en la tierra. Si ponemos en práctica este valor espiritual, cambiaremos la dirección de nuestra vida. El sabio Salomón dijo al respecto: “Y tal como vino a este mundo, así se ira: tan desnudo como cuando nació, y sin llevarse nada del fruto de su trabajo.” (Eclesiastés 5, 15).
Semanas atrás, escribí en mi página de Facebook sobre este tema y recibí cientos de comentarios al respecto, por lo que creo importante profundizar en él, ya que tiene que ver con nuestros sentimientos. Esta fue la meditación que compartí:
«Los seres humanos tenemos un desafio muy grande. Venimos a este mundo sin nada y una vez aquí, comenzamos a mostrar nuestra dependencia y apego a las personas como a las cosas; cuando llegamos a la madurez, nos sentimos dueños de nuestra pareja, hijos, casa y cosas materiales; cuando perdemos a alguien o algo, nos sentimos despojados de eso que llegamos a amar y, como consecuencia, llega el dolor, el sufrimiento cuando, en realidad, TODO ES PRESTADO y nada es para siempre.
Por lo tanto, ser libre es conocer esta VERDAD; ser agradecido con lo que Dios te presta, sin adueñarte de aquello. La Biblia presenta una perspectiva de vida diferente. Jesús nos enseñó que: “…la vida del hombre no depende de poseer muchas cosas…” (Lucas 12, 15). Jesús nos advierte que debemos buscar un equilibrio en nuestro diario vivir, de tal manera que el solo ocuparnos de la vida, no nos lleve a olvidarnos de Dios.
Es por ello que los invito a amar la vida, a amar lo que Dios nos ofrece y presta por nuestro tiempo de vida. Aprendamos a amarnos a nosotros mismos y amemos a Dios sobre todas las cosas, porque a Dios volveremos al final de la vida.
Ahora recuerdo a mi mamá, quien ya falleció, y digo: Dios me la prestó por un tiempo y a Él volvió, pues Él sí es absoluto propietario de su alma.
Cuando alguien llega a decir: «Ya no seré feliz porque perdí esto o aquello, es señal que se hizo propietario de algo que nunca le perteneció, algo que era solo un préstamo... ¡Vive! Sé feliz con lo que tienes, valoralo y disfrutalo».
Nos dice San Mateo: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?» El verdadero objetivo del hombre es representar los intereses espirituales de Dios, no el conseguir dinero, porque entonces corre el riesgo de perderlo todo. El verdadero tesoro es creer que Jesucristo es el único camino para llegar a Dios. Es buscar a Dios de todo corazón y permitir que los propósitos de Dios se hagan realidad en toda nuestra vida, en nuestra familia y en todo lo que nos propongamos hacer.
Esto no significa que debamos ser fríos, como si los sentimientos fueran algo fácil de desconectar de quienes amamos. Cuántas veces hemos escuchado decir cuando alguien fallece: “siempre vivirás en mi corazón”… Esto es entendible y así debe ser. Así guardo yo el sentimiento por mi madre: en paz descansa y siempre la recordaré, sin embargo hay quienes dicen sin él o sin ella ya no podré ser feliz… Claro, esa persona que se va deja un vacío, pero es importante transformar el sentimiento de tristeza y desamparo, en agradecimiento porque Dios te concedió un tiempo de tener a esa persona cerca de ti, recordando siempre que “todo es prestado”.
Volveremos a Dios
San Agustín dijo: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Esta forma de pensar es llegar al nivel de entender que nada es para siempre, que Dios nos creó y alguna vez volveremos a Él.
Sinceramente me conmueve el dolor. Cuando he visto a una persona caer en depresión por algo que perdió: una relación, un trabajo, algo material o el fallecimiento de un ser querido. Me duele ver que existen quienes, de alguna forma, mandan el mensaje a su familia de que no son importantes, como si para ellos no tuvieran valor.
El perder algo o alguien es doloroso, la misma Virgen María, experimentó el sufrimiento de ver a su Hijo morir en la cruz, eso fue como una espada que traspasó su corazón. Ella es el ejemplo de cómo entregar a Dios esos momentos difíciles, con la esperanza de saber que es pasajero. Ya llegaría la calma, ella siempre aceptó la voluntad de Dios.
Por lo tanto nuestro reto es vivir cada día con optimismo, con agradecimiento y estando consiente que todo lo que tenemos es prestado y pasajero, por lo que debes disfrutar cada momento y ser libre, aunque nuestro corazón insista en apegarse y querer ser codependiente de seres queridos o de cosas materiales: No es rico quien más tiene, sino quien menos necesita.
Todos podemos pasar por un Viernes Santo, lleno de sufrimiento y eso es real, pero los que creen en el Señor y saben perseverar vivirán un Domingo de Resurrección, ¡verán la gloria de Dios!
Por esta razón la Iglesia nos invita a recordar que la vida de Jesús no terminó en la cruz, sino que fue un paso hacia la victoria.
Recordemos a nuestros seres queridos que ya partieron, ellos viven felices en la paz de Dios, ya no sufren y, así como Jesús resucitó y venció la muerte, prometió que quien creyera en Él no moriría jamas. ¡Él nos resucitará en el último día! ¡La muerte no es un fin para quien cree!
No busquen entre los muertos al que esta vivo. Amén.
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¡Dios les multiplique abundantemente!
Que el Señor Jesús le muestre su rostro amoroso junto a Santa María de Guadalupe.