La oración es comunicación entre lo humano y lo divino (Dios). Orar es asunto de dos: Dios y tú. Desde tiempos antiguos, el hombre ha tenido necesidad de buscar y encontrar a Dios y para ello ha utilizado el lenguaje del diálogo, el nivel de esa relación nos llevara a lograr vivir toda una vida llena de fe y de esperanza. Es frecuente que mucha gente pregunte ¿cuál oración debo de hacer para lograr esto o lo otro? Y se plantean esas interrogantes, con el afán de buscar respuestas a sus necesidades del momento y creyendo que si usan repetitivamente una oración de memoria, lograrán lo que desean. La oración es mucho más que eso. Es un mundo de formas y dimensiones para obtener resultados maravillosos de la relación íntima con Dios, según su voluntad.

El evangelio nos narra un maravilloso pasaje que se refiere al valor de la oración intercesora: “Al entrar Jesús en Cafarnaúm, un capitán romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo: Señor, mi criado está en casa enfermo, paralizado y sufriendo terribles dolores. Jesús le respondió: Iré a sanarlo. El capitán contestó: Señor, yo no merezco que entres en mi casa; solamente da la orden, y mi criado quedará sano. Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando le digo a uno de ellos que vaya, va; cuando le digo a otro que venga, viene; y cuando mando a mi criado que haga algo, lo hace. Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre”. (Mateo 8, 5-11). Como podemos observar, Jesús inmediatamente quedó sorprendido por la fe de este hombre, el cual no era ni religioso, ni del pueblo de Israel, pero este centurión había comprendido plenamente el valor y el poder de la oración, poniendo su fe en Jesucristo. He aquí la maravillosa clave para poder ver y gozar la gloria de Dios y obtener el beneficio que buscaba. Quién hubiera pensado que ese acto de fe en oración dicho por las palabras de aquel centurión romano, las íbamos a repetir en cada celebración eucarística: “SEÑOR, UNA SOLA PALABRA TUYA, BASTARA PARA SANARME”.

¿Cómo podemos lograr alcanzar este tipo de fe? ¿Qué elementos encontramos en la fe de este hombre? Veamos algunos puntos básicos y prácticos para poder aplicarlo a nuestras vidas:


 

1 - Lo primero que hizo el centurión, fue ir a buscar a Jesús y encontrarse con él. Hay que comprender que la necesidad de sanación del enfermo, lo llevó a buscar la persona de Jesús, reconociendo que solamente él podía sanarlo. La búsqueda debe ser parte de la vida del creyente y sobre todo, el mantener una constante relación con el Señor. Esa íntima relación no es más que la comunicación entre ambos, un diálogo permanente, establecido por la oración. ¿Dónde buscar a Jesús? En lo secreto de nuestro corazón, en la intimidad de nuestra habitación, en la iglesia, en el sagrario, en la comunidad (“cuando dos o tres se reúnen en mi nombre…”), en cualquier parte y en cualquier lugar. Lo importante es hacer un tiempo especial diariamente para buscarlo y encontrarse con él.

 

2 - El centurión romano, puso toda su fe en Jesús. El creyó, estaba convencido de que Jesús tenía todo el poder para resolver su petición, su necesidad. La biblia nos enseña: “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. (Hebreos 11, 1). Santiago 1, 6 nos dice: “Pero tiene que pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que el viento lleva de un lado a otro”. De la misma manera, leemos en San Mateo 17, 20-21: “Porque ustedes tienen muy poca fe. Les aseguro que si tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: “Quítate de aquí y vete a otro lugar”, y el cerro se quitaría. Nada les sería imposible”.

 

3 - Algunas veces Dios pone a prueba nuestra fe y fortaleza. Sucede que cuando le pedimos algo, Dios desea ver hasta donde estamos dispuestos a creerle y a actuar con una fe verdadera, o bien, si le buscamos sólo para que nos haga un milagro. Jesús le dijo al centurión romano: ¡Iré a sanarlo! Sin embargo, la inmediata respuesta del centurión fue: “Señor, yo no merezco que entres en mi casa; solamente da la orden, y mi criado quedará sano”. El evangelio nos presenta el caso de la mujer cananea, también extranjera pues no pertenecía al pueblo de Israel, pero quien se atrevió a salirle al paso a Jesús y gritarle: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!” Ella era gentil, de la región de Tito y Sidón, dados a la idolatría. Este pasaje es una ilustración de la fe que salva y sana. Aquí, Jesús le dijo a ella: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”. Esta sencilla mujer, supo poner su fe en la persona correcta, lo cual es la primera característica de la gran fe. Jesús le puso obstáculos al principio, sin embargo, Jesús sintió el dolor y la fe de esa mujer que pedía a gritos misericordia para su hija. Y Jesús escuchó la necesidad y la atendió.

 

4 - La perseverancia en la oración es fundamental. Muchas respuestas a la oración pueden llegar pronto, pero también pueden tardar lo suficiente, hasta que se haga la voluntad del Señor. Debemos ser cuidadosos al orar y tomando en consideración que debemos hacerlo de acuerdo a la voluntad de Dios, tal y como lo indica 1 de Juan, 5, 14-15: “Tenemos confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. Y así como sabemos que Dios oye nuestras oraciones, también sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido”. Recordemos el pasaje bíblico que nos narra la oración de Jesús en Getsemaní. Jesús fue a orar a este lugar de su preferencia, porque sabía que la situación que se avecinaba era muy difícil y necesitaba tener una comunión con el Padre. Nos describe San Marcos 14, 35-36: “En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, de ser posible, no le llegará ese momento. En su oración, decía: “Abbá, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Y de todos es bien sabido, que la voluntad de Dios Padre era ofrecernos nuestra salvación, Jesús acepto con obediencia la voluntad del Padre y gracias a ello alcanzamos su misericordia. Amén.

En unos cuantos días (13 y 14 de Agosto), estaremos haciendo historia con la celebración de nuestro primer Congreso de Oración, en donde estaremos hablando sobre el poder de la oración y tendremos la oportunidad de ver, con nuestros propios ojos, la manifestación del poder de Dios en su pueblo. La Biblia dice: “Oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5,17). Este debería ser el lema de todo seguidor de Cristo Jesús. Nunca dejemos de orar, por oscuro y desesperante que parezca la situación que estemos viviendo. En este próximo congreso, nos reuniremos miles de personas con una misma fe, y todos unidos tendremos oportunidad de orar y de interceder los unos por los otros y seremos testigos de que Dios nos concederá sanaciones, liberaciones y obrara con abundantes bendiciones a nuestras peticiones y deseos del corazón. Los animo para que asistan a esta maravillosa experiencia de oración y participen del gozo de experimentar la gloria de Dios.

Como apostolado, hemos alcanzado grandes logros durante nuestros 32 años de trabajo en la evangelización, por nuestra fe, porque hemos creído fervientemente en las promesas del Señor y porque todo lo hemos entregado a través de la oración y Dios nos ha dado respuestas afirmativas a nuestras peticiones. Gracias al poder de la oración, es que estamos tocando diariamente miles de corazones con el mensaje de salvación de Jesucristo.

Y usted es parte de esta familia de El Sembrador. Gracias a su participación, a sus oraciones y sus fieles ofrendas mensuales, es que hacen posible esta hermosa misión que Jesús nos ha encomendado. ¡Gracias! Que Dios les multiplique su bondad y generosidad con abundantes bendiciones, en su familia, en su trabajo y en su vida.

“No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración, pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esa paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús”. (Filipenses 4, 6-7).

 

Atentamente en el amor del Padre y del Hijo y el poder del Espíritu Santo, aprovecho para rogar a Santa María de Guadalupe su intercesión por todas las necesidades de nosotros, sus hijos.

Noel Díaz

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