En esta ocasión deseo referirme a un milagro impresionante que Jesucristo realizó y que es un tanto diferente a los demás, por varias razones. San Marcos es el único de los evangelistas que nos revela este milagro, según lo describen las escrituras: Jesús volvió a salir de la región de Tiro y, pasando por Sidón, llegó al Lago de Galilea, en pleno territorio de Decápolis. Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él. Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua. Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: «¡Effatá!» (es decir: «¡Ábrete!»)Al momento, los oídos del sordo se abrieron, y se le desató la lengua y pudo hablar bien. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban. Llenos de admiración, decían: «Todo lo hace bien. ¡Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen!».

(Mc. 7, 31-37)

Podemos observar que la narración del pasaje bíblico nos indica que Jesús salió de la región de Tiro, pero volvió de nuevo a tierra pagana. Jesús cumplió su misión caminando por muchas partes, llevando en su trayectoria el propósito de sanar y de hacer el bien, proclamando la Buena Nueva de Dios. El Papa Francisco en varias ocasiones nos ha hablado de una “iglesia de salida”, es decir, una iglesia que más que doctrinas y dogmas es la tradición de Jesús, hecha de amor incondicional, de misericordia y de compasión que por él se actualiza y revela su inagotable energía humanizadora y misericordiosa. Una iglesia de salida, es aquella que implica acción con propósito. Hoy día, Jesús también sale para encontrarse contigo, con el enfermo, con el que esta triste, con el que no escucha ni tampoco puede o no quiere hablar. Una iglesia de salida, es una iglesia con la alegría del evangelio y de esperanza para este mundo. Donde Jesús pasa y es recibido, se suceden milagros de amor, siempre y cuando tú lo dejes actuar en ti.

El pasaje bíblico nos indica que hubo personas que le presentaron a Jesús a una persona sorda, que además hablaba con dificultad, es decir, que aquellas personas sabían y conocían quién era Jesús y eran testigos de su poder. Además, ellas también se conmovieron por la incapacidad de esa persona y de su sufrimiento. Hoy, también somos testigos de que siguen existiendo personas, que sin conocer o saber sus nombres, continúan haciendo la obra de anunciar a Jesucristo y su poder y se ocupan de llevar a sus semejantes a los pies del Señor para que encuentren su salud y felicidad y terminen su sufrimiento. Esas bondadosas personas, se encuentran en las parroquias, en los campos de trabajo, en asilos, prisiones, hospitales y en hogares de personas abandonadas. Son los trabajadores silenciosos del evangelio que además llevan esperanza a las vidas de los demás y que viven “haciendo un verdadero lío de amor”, tal y como lo dice el Papa Francisco.

Hoy, como en aquel tiempo, Jesús representa esperanza. Él es la afirmativa respuesta para quien se encuentra sufriendo por cualquier causa, para quienes viven en tinieblas. Pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro y la transformación. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que se abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad.

Hoy, en la era en que se vive la cultura de la muerte, para quienes creemos en Jesús, reconocemos abiertamente que Él es la única esperanza para transformar el mundo en que vivimos. San Marcos nos presenta este milagro hermoso de Jesucristo, sanando a una persona sordomuda, es decir, una persona enferma en todo sentido. Dice la escritura que el Maestro “levantó sus ojos al cielo”, lo cual es un signo de oración, de pedir algo a Dios, ya que mirar al cielo, como trono de Dios, es hablar con Dios. Y entonces pronuncio la palabra «Effatá», con la cual el poder divino produjo el efecto de sanación al abrirse los oídos, se suelta la lengua y se ilumina el corazón y la mente de aquella persona enferma. («Effatá» significa: «¡Ábrete!»). Esta persona recibió oportunamente el milagro del Señor y se puso de manifiesto que con los oídos abiertos pudo escuchar el mensaje del evangelio; y soltando su lengua para hablar, también pudo proclamar el mensaje que recibió de Jesús y además contar a todos su testimonio de vida. Creo de todo corazón que necesitamos pedirle a Jesús que realice este milagro en nuestras vidas y que como metáfora, nos abra los oídos del alma para poder escuchar la voz de Dios, porque sin escucharlo, estamos perdidos.

Quiero contarles que hace unos días escuchaba un programa de radio en mi auto. Era un programa en inglés en donde estaba llamando un joven de 21 años, el cual estaba pidiendo un consejo. Al principio pensé que era un programa cristiano, pero de inmediato me di cuenta que no. El joven indicaba que su novia estaba embarazada y que ella le tenía mucho coraje a él, y agregó que al día siguiente ella iba a abortar a su criatura. Aquellas personas que supuestamente le estaban dando un consejo, hablaban del asunto del aborto como si todo ello fuera normal y no hubo nadie que reparara en aquella terrible decisión de abortar, mucho menos de invitarlo a impedirlo a toda costa y de asumir su responsabilidad como padre de la criatura.

Escuchar aquella supuesta conversación de consejería me hizo sentirme ofendido y herido en el corazón, principalmente por el hecho de que me confirma que hay muchos sordomudos indiferentes en el mundo, quienes no escuchan la voz de Dios en su interior. Inmediatamente pensé que hoy más que nunca, es necesario proclamar y anunciarle al mundo que en Jesús está la vida, la verdadera vida. Desde luego que no es sólo el aborto lo que nos debe impulsar a hacerlo, sino el hecho de que si las personas conocieran al Señor, con muchas probabilidades, no intentarían hacerlo en lo más mínimo y de esta forma se salvarían muchas vidas de seres inocentes e indefensos.

Como hubiera deseado estar en el micrófono de esta radiodifusora y con el poder de Dios en mis manos, gritar a todo pulmón: «Effatá» y tratar de abrir los oídos y el corazón de los incrédulos. Cuánta razón tuvo Jesús al decirle a los enviados de Juan Bautista: “Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. (Mt 11, 4-5). A partir de ese momento me ha entrado un celo interior, el cual me impulsa a luchar en favor de la causa de Cristo con una mayor intención y ardor en la entrega para proclamar el evangelio del amor de Dios. Amen.

Gracias a Dios, muy pronto vamos a tener nuestra propia radio en el área de Los Ángeles y a través de la misma podremos proclamarle a las nuevas generaciones, a los jóvenes, que el dueño de la vida es el Señor y que no les es permitido acabar con el tesoro de esas criaturas en el vientre y con mucha caridad, hablarles del amor de Dios y producir en ellos el efecto del «Effatá».

Mis amados amigos, hoy más que nunca debemos trabajar unirnos en todos los frentes de la evangelización. En unos cuantos días tendremos a miles de jóvenes reunidos en el Congreso de Jóvenes (CDJ) y por tal razón les ruego que pongan en oración a cada joven que participe y de la misma manera, les ruego que nos ayuden a motivar a algunos jóvenes para que asistan, principalmente aquellos que son miembros de tu familia, de tu trabajo, tu escuela, vecindario o miembros de tu comunidad parroquial. Hoy veo con alegría a muchos adultos realizando actividades para juntar recursos y poder contratar autobuses y obtener boletos para que vengan esos jóvenes, que representan el futuro del mundo y de la iglesia. Yo también estoy luchando día a día para que ninguno de nuestros jóvenes se queden a la orilla del camino, sino al contrario, que sean servidores de Cristo y extiendan la mano a quienes caminan rezagados y apartados del camino del Señor.

Les cuento que ahora que fuimos personalmente a la República Dominicana y Colombia, pude percibir en una forma directa, el impacto transformador de los medios católicos de comunicación social, principalmente cuando escuché decir a muchas personas: “Gracias a Dios porque ha utilizado a El Sembrador, para cambiarme a mí y a mi familia”. Con mucha satisfacción puedo compartirles que ese agradecimiento, es para cada uno de ustedes, quienes han tenido confianza y han creído en nuestra misión de llevar a todos a un encuentro personal con Cristo. Es un verdadero milagro de Dios, que un canal de televisión y una radio, fundados y sostenidos por inmigrantes hispanos, quienes un día salimos de nuestra patria para buscar una mejor forma de vida, hoy en día, estamos juntos, llevando vida, amor y luz de Cristo a nuestros países de origen, y con nuestro testimonio, les damos fe de que no nos hemos olvidado de ellos. Absolutamente toda la colaboración que ustedes nos han brindado, hace posible que la obra de Dios este atravesando fronteras, más de lo que imaginamos y todo ello es y seguirá siendo para Gloria de Dios.

Muchas lágrimas de agradecimiento las llevo en mi corazón y las mismas están dedicadas a cada misionero y sembrador que colaboran con sus semillas de amor para el sostenimiento de nuestro apostolado y su misión evangelizadora. Tengan ustedes por seguro, que toda su ayuda será abundantemente recompensada por el Señor, para quienes nosotros y ustedes trabajamos arduamente.

Hacemos la promesa de que, de ahora en adelante, vamos a ir con mayor impulso y fuerza en nuestra misión evangelizadora. Invertiremos todos nuestros recursos en favor del evangelio de la vida y trabajaremos para que en nuestros países reine la paz de Dios y cesen las muertes. Es urgente que Jesucristo reine en cada familia y en cada hogar. Esta es nuestra respuesta ferviente para que cese la violencia y termine la cultura de la muerte y podamos instituir la cultura de la vida y la salvación.

El Apóstol San Pablo nos pregunta: ¿Y quién va a ir anunciarles, si no hay quién los envíe? Y Yo les respondo: Con su oración y ofrendas, ustedes lo están haciendo posible. Unidos somos capaces de hacerlo. Es oportuno levantar nuestra oración y decir: María, Madre nuestra, ruega por nosotros, que por medio de tu intersección podamos ser dóciles al llamado de tu Hijo e ir a anunciar que el Reino de Dios, está cerca. Señor, abre mis oídos para escuchar tu voz y toca mi lengua para proclamar tus grandezas y tu salvación. Amén.


 

Atentamente, en el amor de Jesucristo y de Santa María de Guadalupe.

Noel Díaz

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