El Año Litúrgico es la manera como la Iglesia Católica organiza los diferentes momentos del año, Fiestas y Solemnidades, con tal de celebrar la Historia de la Salvación.
Recordemos que la Pascua la celebran los judíos a partir de un acontecimiento salvífico de Dios para con el pueblo de Israel. Moisés fue elegido por Él para sacarlos de la esclavitud de Egipto. Dios le dijo al pueblo elegido de Israel que todos los acontecimientos que sucedieran nunca los olvidarían, que el recuerdo pasaría de generación en generación. Incluso nuestro Señor Jesucristo y sus padres, José y María, fueron fieles cumplidores de cada celebración que mandaba la ley.
Recordemos que el número 40 tiene un gran significado en las Sagradas Escrituras, entre ellos, por la alusión de aquellos 40 años en que los israelitas caminaron por el desierto hacia la Tierra Prometida.
¿Qué fue lo que aprendieron los israelitas durante esos 40 años que duró su peregrinación? ¿Cuál fue la razón por la que Dios Padre no quiso que llegaran en más corto tiempo? Moisés, cuando dio muerte al egipcio, había caído en el mismo error que cometieron tan a menudo sus antepasados: había intentado por su propia cuenta lo que Dios había prometido hacer. Dios no se proponía liberar a su pueblo mediante la guerra o la violencia, sino por su gran poder. No obstante, aún de este acto apresurado de Moisés se valió el Señor para cumplir sus propósitos. Este gran liberador de Israel, al inicio, no estaba preparado para realizar la obra encomendada por Dios. Tenía que aprender la misma lección de fe que el Señor les había enseñado a Abrahám y a Jacob. No depender, para el cumplimiento de las promesas de Dios, de la fuerza y sabiduría humana, sino del poder divino.
Había otras lecciones que Moisés había de recibir en medio de la soledad de las montañas y el desierto. En la escuela de la vida, con toda su dureza, debía ser paciente, humilde y controlar sus propias emociones. Antes de gobernar sabiamente, tenía que aprender a obedecer. Antes de enseñar el conocimiento de la divina voluntad al pueblo, su propio corazón debía estar en plena armonía con Dios. Mediante su propia experiencia había de prepararse para ejercer un cuidado paternal sobre todos los que necesitasen su ayuda.
Y es que solo en el desierto de la vida somos capaces de discernir la voz de Dios. Por otra parte, Dios quiso darle a su pueblo el Decálogo, una serie de reglas y obligaciones que debían normar su conducta para agradarle.
Una oportunidad de conversión
Durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a la conversión personal, a arrepentirnos de nuestros pecados. A practicar el ayuno, la oración y a compartir lo que tenemos con los demás con el fin de vivir cerca de nuestro Señor Jesucristo. Cuaresma es un tiempo dedicado a la reflexión, a hacer conciencia de estos aspectos de la vida cristiana. Sin embargo, esto debería practicarse todo el tiempo y hacerlo parte de nuestra vida cotidiana.
Cuando el Magisterio de la Iglesia nos habla del pasado (Antiguo Testamento), nos da oportunidad de conocer a quienes actuaron conforme a lo que Dios pidió y quienes no obedecieron y las consecuencias de no haberlo hecho. Así pues, al presentarnos el tiempo de Cuaresma, nos invita a reflexionar sobre estos acontecimientos, en especial lo que pasó en los 40 años de camino en el desierto cuando Dios hizo grandes milagros, como separar las aguas del mar Rojo para que pasara su pueblo, comenzando así su liberación. Gran oportunidad para celebrar, cantando, alabando y adorando a Dios por sus maravillas.
Eso mismo debería suceder en la época presente cuando experimentamos el poder de Dios en nuestras vidas, pues su presencia nos alegra y nos hace sentir victoriosos y libres. Sin embargo, el pueblo hebreo no imaginaba que después de la felicidad de la liberación tendría que sentir la dureza del desierto así que, en cuanto comenzaron su difícil camino, perdieron la paciencia y comenzaron a quejarse con Moisés por diferentes circunstancias y, desesperados, dejaron de creer en Dios, adoraron figuras de bronce, renegaron de Dios. Esa es la razón del extenso peregrinaje por el desierto: ninguno de esa generación tuvo el privilegio de llegar a la Tierra Prometida.
Entender los tiempos de Dios
Cuando nosotros, hijos de Dios, pasamos alguna prueba, fácilmente nos desesperamos porque queremos respuestas inmediatas y corremos el riesgo de caer en nuestro propio desierto. Por consiguiente tendemos a desalentarnos y cansarnos por la espera; caemos en depresión y creemos que Dios no cumple con sus promesas. Esto fue lo que pensaron los israelitas miles de años atrás. Debemos entender que, cuando Dios nos pone pruebas en la vida son por una buena razón. Sin embargo, algunas pruebas no vienen de Dios sino que son consecuencia de nuestras malas decisiones y comportamiento. Por otro lado, en muchas ocasiones, vivimos alejados de Él y compartimos la vida egoísta y material que el mundo nos ofrece, por tanto, nos sentimos abandonados a nuestra suerte y sin soluciones a la mano.
No obstante lo anterior, Dios siempre está dispuesto a acudir en nuestro auxilio, tal y como lo dice la Escritura: “Al contemplar las montañas me pregunto: ¿De dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda vendrá del Señor, creador del cielo y de la tierra”. (Salmo 121, 1). Todos los que acuden a solicitar la ayuda del Señor teniendo fe en Él nunca serán defraudados, pero entendiendo que debemos ser obedientes a pesar de la prueba y teniendo suficiente paciencia. Dios siempre cumple sus promesas.
El pueblo israelita, después de una larga peregrinación de 40 años llegó por fin a la Tierra Prometida según los planes de Dios. Él tiene su tiempo determinado. De igual manera, Dios nos ayuda y dirige a solucionar nuestros problemas y dificultades al aceptarlos y encomendárselos a Él con fe, paciencia y obediencia. A esto nos llama en este tiempo de Cuaresma: a la conversión, dándonos la oportunidad de reflexionar y modificar nuestra vida; volvernos a Él, meditar su Palabra y sus enseñanzas ayunando, orando, arrepintiéndonos de nuestras faltas. Dando lo que hemos recibido y compartiéndolo con el prójimo.
Jesús nos enseña en el Evangelio que Dios es bueno y accede a nuestras peticiones, pero no debemos desesperarnos mientras nos responde. Nunca debemos sentirnos abandonados en medio del desierto. Al respecto la Palabra de Dios nos dice en Hebreos 3, 14-15: «Porque nosotros tenemos parte con Cristo, con tal que nos mantengamos firmes hasta el fin en la confianza que teníamos al principio. Por lo cual dice: “Si hoy escuchan ustedes lo que Dios dice, no endurezcan el corazón como aquellos que se rebelaron”».
Jesucristo pasó 40 días en el desierto en ayuno y oración antes de comenzar su ministerio y superó las pruebas que el enemigo le puso, venciéndolo con la sabiduría que las Sagradas Escrituras ofrecen. Con esa vivencia de autoridad Jesús dijo a los discípulos: «Les digo todo esto para que encuentren paz en unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mundo». (Juan 16, 33).
Como vemos, Jesús nos revela que, con la oración y el ayuno, somos fuertes para superar las pruebas y experimentar las maravillas de Dios en la vida. Quien confía en Él verá la Tierra Prometida, que es la realización de nuestra vida con un propósito.
Mis estimados hermanos, los invito pues a vivir lo que resta de este tiempo de Cuaresma con mucha entrega, devoción y fe, preparando su corazón para vivir con júbilo la Resurrección de Cristo y alcanzar su propia resurrección a una nueva vida.
Cuaresma también es tiempo de caridad: ¡Gracias por sus ofrendas!
Aprovecho una vez más la oportunidad para manifestarles mi sincero agradecimiento por su generosidad hacia nuestro Apostolado al enviarnos sus valiosas ofrendas. Nos son muy necesarias e indispensables para continuar llevando a Jesucristo a miles de corazones por el mundo. Mi gratitud para todos nuestros amables Sembradores que cumplen con sus voluntarias ayudas mensuales. Dios les pague por su generosidad. Les ruego que siempre tengan presente en sus corazones nuestra labor evangelizadora, la cual también necesita de sus oraciones.
Ustedes encontrarán un sobre azul adjunto que corresponde a nuestro TELERADIOTÓN, el cual estaremos celebrando en este mes. Les ruego que se unan a nosotros y nos ayuden con una contribución adicional. Recuerden que en esta Cuaresma también se nos exhorta a practicar la limosna y la caridad. Es oportuno mostrar el corazón agradecido al Señor siendo generosos y devolviendo un poco de lo mucho que hemos recibido. Dios sabrá recompensarlos. Nosotros, anticipadamente, se los agradecemos y les prometemos que nuestras oraciones diarias las ofreceremos por ustedes y sus familias, para que Dios les multiplique el ciento por uno.
Atentamente, con el infinito amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unido a la fiel presencia de Santa María de Guadalupe, me despido con la promesa de orar por todas sus intenciones personales.
Noel Díaz
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