EL PODER DE LA RESURRECCIÓN,
¿QUÉ TIENE QUE VER CONTIGO?
En pocos días estaremos concluyendo la fiesta y el acontecimiento más extraordinario que cada año litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar, la gran Pascua de Resurrección, fiesta que culmina con la celebración del cumplimiento de la “promesa del Padre” en la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Resuenan en mi corazón las palabras del apóstol San Pablo en su primera carta a los Corintios 15, 14: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.
Nuestra fe no es en vano, ni nuestra predicación es en vano porque Cristo ha resucitado verdaderamente, ¡ALELUYA!
Meditaba hace poco en el programa de La Hora del Encuentro por ESNE Radio y TV una reflexión que me parece oportuno volverles a compartir, especialmente para quienes no tuvieron oportunidad de escucharla ese día:
Desde una perspectiva espiritual por supuesto, invité ese día a mis hermanos de la audiencia a reflexionar sobre lo que verdaderamente significa y representa para nuestra vida el que Cristo haya vencido a la muerte. Parte de mi testimonio que les compartí tuvo que ver con la manera como durante muchos años viví mi catolicismo de una manera superficial, yo era un “católico de nombre”, “de tradición”, que cada Pascua iba a la iglesia porque se llenaba y veía mucha gente, pero realmente yo no entendía la trascendencia de lo que allí se estaba celebrando verdaderamente. Aunque recibía el cuerpo de Cristo, aún no entendía y lo hacía en realidad porque veía a los demás hacerlo y porque mi mamá (Q.E.P.D) me inculcaba que lo hiciera pues ella trataba siempre de transmitirme la fe.
No fue sino hasta que viví mi encuentro con Cristo y que fui conociendo por medio de Su Palabra y de las enseñanzas de la Iglesia que logré adquirir esa convicción, esa seguridad y ese entendimiento de lo que celebramos cada año en Semana Santa, en el Triduo Pascual y por supuesto, el verdadero sentido en mi vida la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Ahora entiendo que, con su pasión, muerte y su triunfante Resurrección, el Señor cambió por completo no solo la historia de la humanidad sino, más importante y trascendental aún, vino a transformar nuestras vidas y a abrirnos nuevamente las puertas del cielo, que habían sido cerradas por el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Espero que, al día de hoy, el gran acontecimiento de la Pascua tenga para ti también el significado y la importancia y que sea siempre una experiencia transformadora en tu vida y así junto conmigo podamos decir: Jesucristo ha resucitado y nosotros junto con Él, ¡Aleluya!
Si deseas ver y escuchar completa esta reflexión donde comparto unos puntos clave para entender y vivir a plenitud una Pascua permanente en tu vida, te invito a que visites la página de Facebook y la busques con el título de esta carta y con la fecha del 19 de abril de 2022.
No olvidemos nunca que el maravilloso acontecimiento de la Resurrección, vino a reafirmar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y a causar un efecto excepcional en toda la humanidad, empezando con sus discípulos quienes, por este suceso, comienzan a entender el contenido de todas las enseñanzas de Jesús. Fue así, que de las lágrimas y la tristeza se pasó al gozo; del miedo, al valor; de las puertas cerradas, a la apertura; de tener una visión limitada a una vida con propósito.
Ese propósito nos lo viene a revelar precisamente aquel a quien celebraremos en pocos días, la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Consolador, el Paráclito, la promesa del Padre que se cumplió sobre los apóstoles en el gran Pentecostés.
El Señor, antes de separarse de sus apóstoles en su Ascensión a los cielos, les advirtió que no debían irse de Jerusalén, y además les dijo: «Esperen a que se cumpla la promesa que mi Padre les hizo, de la cual yo les hablé. Es cierto que Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo» (Hch 1, 4-5).
En este pasaje, Jesús habla concretamente de recibir el Espíritu Santo, con el fin de dar testimonio de Él en todo el mundo y para llevar la Buena Noticia hasta los confines de la tierra (Cfr. Hch 1, 6-8). Esta es la misión de la Iglesia y de cada uno de nosotros los bautizados y evangelizados; ese, hermanos, es nuestro propósito fundamental.
La Virgen María, Madre del Señor, se encontraba presente en aquella primera comunidad espiritual. Este mismo Espíritu que se derramó en aquella comunidad, es el que recibimos cada uno de nosotros en el Sacramento del Bautismo. Tristemente, en la actualidad, un gran número de católicos no saben, ni conocen, ni se interesan en conocer el valor de haber recibido el Espíritu Santo, don por excelencia de lo alto, fuerza de Dios actuando en el creyente que se manifiesta con poder a quienes confían en Él.
Desconocer la persona del Espíritu Santo, es como tener una potente arma para vencer al enemigo que busca destruirte y no usarla porque ignoras su poder, y al no conocer su poder se vive la vida como víctima, en vez de vivirla de manera victoriosa. Si vivimos por el Espíritu Santo y su poder, los frutos de su presencia comienzan a manifestarse y ser abundantes (Gal 5).
Recuerda que es la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, el poder que te cubre y con el que cuentas cada día de tu vida. Nunca te sientas sola(o). ¡Porque no lo estás!
Una vez más: ¡Gracias!
Aprovecho la ocasión para dejar constancia de mi gratitud y agradecimiento por su generosidad, por su capacidad para ofrendar, por sus semillas, ya que, si no fuera por su gran ayuda económica, no podríamos llegar a tantas personas como lo estamos haciendo. Nuestro propósito es llegar a muchas más; estamos firmemente decididos a entrar a lugares en donde no existen medios de evangelización, y por eso amablemente le pido que considere hacer todo lo que esté a su alcance para apoyarnos también en la próxima JORNADA que tendremos en este mes de junio y que ayudará para los nuevos proyectos de evangelización que nos sigue confiando el Señor, pues la necesidad de llevar a las almas a Cristo aún es muy grande.
Oro para que el Espíritu Santo nos renueve con su poder para ser verdaderos testigos del Señor resucitado, unidos a la Estrella de la Evangelización, Santa María de Guadalupe, quien nos pide llevemos a su Hijo a este mundo tan necesitado de paz, esa que sólo viene de tener un encuentro personal con Cristo, esa paz que viene de Dios. Amén.
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