EL SECRETO DE LA VIDA ESTA AQUÍ
En el inicio de la Semana Santa la Iglesia recuerda el gran don que Dios Padre nos dio al enviar a su Único Hijo para mostrarnos a través de Él, ¡cuán grande y ancho es el Amor que tiene para con nosotros! aún y a pesar de que somos pecadores, con nuestras propias virtudes y defectos. Quien logra entender lo que pasó en esa última semana de la vida terrenal de Jesús podrá decir que ha descubierto «el secreto de la vida», quien aún no, le será muy difícil vivir plenamente esta vida. Iniciando con el Domingo de Ramos se conmemora la entrada triunfante de Jesús a Jerusalén. Cuando llega, es recibido con algarabía y tantos elogios de quienes ya lo conocían y amaban, pero pocos días después el pueblo mismo lo condenaría gritando ante el gobernador romano Poncio Pilato que liberara a un criminal [Barrabás], y así mejor darle muerte a Jesús.
Aquí vemos a dos grupos: el más pequeño que, en verdad había descubierto quién era verdaderamente Jesús y que en él estaba la vida y la plenitud, no obstante, el miedo que aun sintieron cuando vieron al Señor condenado a su pasión y muerte. El otro grupo, sin duda, eran quienes no lo reconocieron o cerraron su corazón y no lo quisieron escuchar ni creyeron en Él. En esa entrada a Jerusalén dice el Evangelio que, “Jesús lloró por la ciudad” (cf. Lc 19, 41), aunque lo recibieron como un rey, el Señor ya sabía que eran duros de corazón y que estaban perdidos la mayoría de ellos, pero, además, muy seguramente sus lágrimas se debieron a que, unos de sus discípulos más cercanos a Él en su momento lo iban a abandonar también.
Hoy, sucede algo muy parecido en nuestro mundo. Hay quienes no abren su corazón al llamado de Amor que Dios nos hace a todos y sigue siendo rechazado con indiferencia por tantos. También le producen tristeza quienes, habiéndolo conocido, no vivan en Su amor. En esa semana Jesús les revela a sus discípulos cosas muy grandes que antes no sabían. En la Última Cena, justo antes de su pasión y muerte, Él les confirma una vez más que se ofrecerá como sacrificio por la redención de nuestros pecados y la salvación que nos llevaría a la vida eterna. Él dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.» (cf. Lc 22, 19).
Aquí estableció sacramentos que serán canales de la gracia de Dios para nuestra salvación. A los apóstoles, sus amigos, les costaba entender estas revelaciones sobre una ‘Nueva Alianza’ para con los que creyeran en Él. Está a unas horas de pasar por su martirio y, sin duda, en su parte humana está sufriendo, y por obediencia a la voluntad del Padre y por su amor a la humanidad está por entregarse en manos de sus enemigos. El ‘Hombre’ perfecto será juzgado, sacrificado y martirizado como si fuese un criminal y todo por amor a ti y a mí.
En esa noche también les reveló que la felicidad se encuentra en servir a los demás. ¡Qué sorpresa se llevan cuando les lava los pies a ellos! Allí está el gran secreto de la vida. Yo así lo creo y soy testigo de que cuando te reconoces creyente, cristiano católico, debe estar siempre acompañado del servicio, un servicio auténtico sin buscar reconocimientos, ni poder, ni lo material sino, con toda sinceridad y pureza de intención tenderle la mano al prójimo y darnos a los demás como Él así lo hizo. Deberíamos, por lo menos, intentarlo y hacerlo como muestra de nuestro profundo agradecimiento por su sacrificio perfecto de amor por nosotros en la cruz.
Una vez arrestado comienza su pasión. Poco antes, durante su oración en el huerto, Él le pidió a su Padre que, si era posible, le apartara de esa copa de dolor. «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lc 22, 42) Me alegra saber que las mujeres que lo seguían y que de verdad habían creído en Él, no lo abandonaron, ni mucho menos su Madre, la Virgen María a quien, a su vez Jesús nos dejó como Madre nuestra en sus últimas palabras desde la cruz cuando el apóstol Juan ‘el discípulo amado’ que tampoco lo abandona, nos representa a los hombres fieles al Señor, en las buenas y en las malas.
Después de su muerte, la mayoría creyeron que se había acabado la vida del ‘profeta’, sin embargo, no fue así. El Domingo cuando las mujeres van al sepulcro, María Magdalena descubre que El Señor, ¡Había resucitado! ¡Había vencido la muerte! mostrando al mundo que Él es la resurrección y la vida y que la muerte no es el fin para quien cree en Él. El ángel le dijo a María Magdalena: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.» (Lc 24, 5) Hoy muchos buscan la felicidad en la cultura de la muerte, es decir, buscan vida entre los muertos.
Amigos y hermanos, vivamos la vida plenos y agradecidos a Dios por Su infinito Amor, ya que con su gloriosa resurrección el Señor Jesús nos abrió las puertas del cielo y ¡esa es nuestra máxima esperanza! Así lo dijo San Pablo: «Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado; y si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe.» (1 Cor 15,14). Pero nuestra fe no es vana, ni tampoco nuestra predicación, pues ¡Cristo ha Resucitado y nosotros junto con Él! ¡Aleluya, Aleluya!
Animo a todos los discípulos Yo soy el 73, a consagrados y consagrantes a perseverar en su Consagración a Jesucristo para que se cumplan en nosotros las palabras de nuestro Señor en Mateo 24, 13. Por eso sigamos firmes en nuestra misión y pidamos siempre la gracia de la ‘Perseverancia final.’ Quien desee información sobre el Proyecto Yo soy el 73 puede ingresar a www.yosoyel73.com o llamarnos al (773)-777-7773 y registrarse para la próxima Consagración que iniciará el 4 de mayo.
Les recomiendo que desde ya se vayan asegurando su lugar en el próximo Metanoia Los Ángeles del 22 y 23 de julio en el Centro de Convenciones de Los Ángeles. ¡No te vayas a perder esta experiencia del amor de Dios, para ti y tu familia!
Muy agradecido con quienes nos apoyaron en la pasada Jornada “Conquistando almas para Cristo”. Dios nos sigue mostrando su fidelidad por medio de la generosidad de todos ustedes los que contribuyen «Para que nadie se pierda y todos se salven» (cf. 2 Pe 3, 9). En mis oraciones están ustedes y sus familias, confiándolos al cobijo maternal de nuestra Madre Santísima, la siempre Virgen María, San José y Jesucristo nuestro Señor.
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