Quién no tiene registrada en su memoria la impresión de algo que vieron sus ojos y que le haya conmovido, al grado de llorar de tristeza o de alegría? Hace unos días, tuve la oportunidad de asistir a una convención profesional relacionada con las actividades de mi trabajo, realizada en otro Estado de la Unión Americana.  En cuanto llegué al aeropuerto fui al mostrador de la línea aérea y, luego de recibir mi pase de abordar, me encaminé a la terminal de salida de mi vuelo. Fue en ese trayecto cuando mi mirada se detuvo en una joven mujer de unos 18 a 20 años de edad. La particularidad que hizo poner mi atención en ella, fue observar que sus ojos estaban bañados en lágrimas, lo cual significaba que atravesaba por algún problema o dificultad. Ella tenía su celular en la mano, parecía que se “texteaba” con alguien, mientras no dejaba de sollozar. A su lado tenía una mochila o dos pequeñas maletas. Pasé de largo frente a ella, pero me quedé conmovido y pensando en las dificultades por las que estaría pasando. Tengo una hija y de inmediato pensé como padre: ¿Que no haría yo por aliviar el dolor de ella?

Cuando llegué al punto de revisión, me indicaron que estaba en la terminal equivocada, así que tuve que regresar por el mismo camino y volver a pasar por donde estaba la joven. Inmediatamente se me ocurrió que no era una casualidad el haberme equivocado de terminal, sino más bien que Dios me estaba diciendo algo. Así que, esta vez, pensé en atreverme a preguntarle si necesita ayuda, esperando que no se interpretara mal mi buena intención, pues también sabemos que la maldad existe en este mundo.  Decidido en el momento y armado de valor, me acerqué al lugar en donde ella permanecía envuelta en un mar de lágrimas y le pregunté en inglés: “¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?”.  Ella quitó su mirada del teléfono y me miró a los ojos, sorprendida de que alguien le ofreciera ayuda. Me contestó: “No, thanks”, (no gracias). Yo continué mi camino, pero me quedé conmovido al ver sus ojos, hinchados de tanto llorar. Tomé la decisión de regresar, sintiendo en mi corazón que su problema era de dinero. Llegué frente a la joven y, sin preguntarle nada, me atreví a darle una cierta cantidad de dinero. Ella de inmediato me repitió: “No, gracias”. Volví a insistir y ella lo tomó de inmediato, amablemente y en silencio.

Rápidamente me retiré del lugar y me encaminé a la terminal en donde debía abordar mi vuelo. Media hora más tarde, en la sala de espera en donde hay varias terminales de abordaje, vi pasar a la misma joven con su boleto en la mano, por lo cual asumí que, probablemente, con el dinero que le ofrecí, pudo solucionar su problema y completó lo necesario para la compra de su boleto de avión. Su rostro esta vez era diferente, su problema se había solucionado. Así es como trabaja Dios.

La razón por la que decidí compartir esta experiencia es porque, a mi parecer, tiene un mensaje de parte de  Dios. Yo pude experimentar la mano de Dios en mi vida, pues mi manera impulsiva de actuar frente a las circunstancias, fue lo que me motivó a escuchar eso que Dios puso en mi corazón. Lo único que yo hice en esos momentos fue obedecer y nada más. Mi generosidad viene del Señor, pues he aprendido que Él todo lo da a manos llenas. Por aparte, le debo a mi madre, que en paz descanse, el haber aprendido de ella la actitud de servir a los demás de manera espontánea. Mi madre insistía, cuando yo era un niño y adolescente, cada vez que miraba una persona con necesidad: ¡Noel, acomídete! Era una invitación amable a intervenir en ayuda de alguien, sin esperar nada a cambio.

Jesús se conmueve ante el dolor

Me conmueve profundamente el pasaje que nos presenta el Evangelio de san Lucas (19, 41-42), en el cual nos muestra a Jesús llorando por su pueblo:  «Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, Jesús lloró por ella, diciendo: ¡Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz!». No me cabe la menor duda de que Jesús, en este tiempo presente, sigue conmoviéndose al ver el dolor de cada uno de nosotros y el dolor de su pueblo. El Señor nunca pasa de largo cuando ve que alguien sufre, siempre se detiene y mira lo que sucede en el corazón del doliente y ofrece su ayuda.

Hoy, nuestra amada Iglesia, está sufriendo hasta las lágrimas; de la misma manera sufren nuestras familias, la juventud, los ancianos, etc.  Nosotros sabemos lo que Jesús hace y siente, pero ¿nosotros qué hacemos ante el dolor de los demás?

Tenemos dos opciones:

Primero: Ante el sufrimiento, el dolor y las lágrimas del prójimo, ser indiferentes, no hacer nada y seguir nuestro camino.

Segundo: Detenernos y ofrecer ayuda. Ser valientes y agradecidos con Dios por todo lo que hemos recibido de Él.  En otras palabras: hacer lo que Jesús nos enseña en su evangelio de amor.  

El rostro de aquella joven en el aeropuerto todavía está presente en mi mente y corazón, y continúo rogando  al Señor que me indique si hay algo más que deseé decirme con esa experiencia. Lo que he podido claramente entender es que el Señor nos muestra que, así como la joven mujer lloraba a consecuencia de su problema y dificultad, hay miles y miles de personas que lo hacen por sus necesidades particulares, creyendo que no hay solución y desconociendo que Dios nos ofrece un camino de amor. Pero también la experiencia nos enseña que nosotros podemos y debemos intensificar nuestra ayuda, nuestra respuesta al dolor del que se siente solo y abandonado o sufre de alguna enfermedad.

Por lo anterior, pido y ruego a cada persona que lee esta carta a que juntos sigamos respondiendo al llamado y mandamiento de Jesús de ir por todo el mundo y llevar la Buena Noticia a quienes lloran por no tener fe y esperanza.

Nuestro apostolado El SEMBRADOR ha existido, gracias a Dios, como una respuesta a las necesidades de fe en el mundo, proclamando el Evangelio de Jesucristo. Todos nosotros, unidos, no podemos ser indiferentes ante el dolor del mundo y pasar de largo como el sacerdote y el levita de la parábola de “El Buen Samaritano”, que miraron al hombre herido y no hicieron nada en absoluto, teniendo los medios para hacerlo. Debemos aprender la lección que nos da el samaritano que, ante las necesidades del hombre lastimado, se detuvo y mostró su buen corazón, tal y como lo detalla el pasaje bíblico (Lucas 10, 30-37): «—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.  Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo.  Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo.  Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él.  Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.  Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”.  ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?   —El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley. —Anda entonces y haz tú lo mismo, concluyó Jesús».

Gracias por su generosa ayuda

Un agradecimiento especial y muy sincero a cada persona que hace el esfuerzo de enviar sus ofrendas mensualmente. Esas semillas tan importantes, son las que hacen posible que juntos sigamos sembrando y llevando fe y esperanza a quienes sufren, llevar el amor de Dios para reconfortarlos y que nos permite mostrarles que Jesucristo es el camino de salvación y la solución a toda necesidad.

En este mes celebramos en toda la Unión Americana el Día de Acción de Gracias, una actitud cristiana que muestra el corazón agradecido a Dios por todos los bienes recibidos durante el año y toda la vida.  Nuestra familia de El Sembrador, ofrece contínuamente oraciones al Señor por cada uno de nuestros sembradoras y sembradores y rogamos porque Dios bendiga sobremanera a su familia y les provea siempre con abundancia.

Atentamente, en el amor generoso de Nuestro Señor Jesucristo y de Santa María de Guadalupe, les deseo un feliz, tranquilo y bendecido Día de Acción de Gracias, en unión de su apreciada familia.

 

Atentamente, en el amor generoso de Nuestro Señor Jesucristo y de Santa María de Guadalupe, les deseo un feliz, tranquilo y bendecido Día de Acción de Gracias, en unión de su apreciada familia.
 

Noel Díaz

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