SEÑOR, MUÉSTRAME TU ROSTRO, MUÉSTRAME TUS CAMINOS Y CONDÚCEME A MI DESTINO
En este mes de febrero celebramos, entre otras cosas, el día del amor y la amistad, que también festejamos como San Valentín. Por ello, notamos en tiendas y otros lugares, colores y adornos referentes a esta festividad.
Es muy lindo hablar del amor que llena y suple la necesidad afectiva y emocional. Hoy el mundo, como nunca, está sediento de experimentar el verdadero amor, el que da sentido a la vida.
Cada mañana, una parte de mi oración la hago con el título de esta carta, por lo que deseo invitarte a reflexionar sobre lo que significa, pues tiene qué ver con el amor incondicional.
Señor, muéstrame tu rostro
Esta petición la hago por la necesidad de sentirme cercano a Dios Padre; quisiera poder verlo, contemplarlo, para experimentar su presencia. Todos, por naturaleza, necesitamos la cercanía de alguien que nos ame y nos haga sentir que valemos para esa persona.
Moisés le dijo al Señor: «Por favor, déjame ver tu gloria» (Ex 33,18). ¿Por qué quería Moisés ver la gloria del Señor? De eso se trata “ver su rostro”, es el poder sentirlo cerca porque esa cercanía le daría valor y fuerza para hacer frente a los desafíos que tenía y a los que llegarían después.
Desear ver el rostro del Señor, es desear seguridad para seguir su camino. Cuando una persona está enamorada se siente segura de sí misma y protegida. Y si experimenta algún reto, no le roba la motivación gracias al amor que siente; le da una fuerza sobrenatural. ¿Será que eso busca nuestro corazón, por eso sufrimos cuando no lo tenemos?
En la parte humana no siempre se logra encontrar el amor verdadero, pero la buena noticia es que el amor más grande que puede existir se nos ofrece gratuitamente, el de Dios, que nos ofrece la salvación por medio de su Hijo. El Padre nos ha mostrado su rostro en la persona de su Hijo. Jesús es el rostro del poderoso de Israel.
Él es el rostro misericordioso de Dios. El apóstol Felipe le dijo a Jesús: «muéstranos al Padre y eso nos basta», Jesús le respondió: «¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces?»
(Jn 14. 8-9).
¿Cómo podemos entonces ver el rostro del Señor? Yo lo puedo ver en el que sufre, porque Jesús dijo: «cuando tuve hambre me diste de comer, cuando tuve sed me diste de beber…».Es decir, Jesús es el rostro del que sufre, del necesitado; lo veo también en la naturaleza, lo veo y lo recibo en el Sacramento de la Eucaristía. Estos son algunos de los lugares donde podemos ver el rostro del Señor si deseamos su cercanía. «Señor, déjame ver tu rostro».
Muéstrame tus caminos
El salmista pide al Señor: «Haz Señor que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos. En tu verdad guía mis pasos, instrúyeme, tú que eres mi Dios y salvador». (Sal 25, 4-5).
En la vida existen miles de caminos diferentes y hay algunos que nos pueden llevar a perdernos. Esta petición tiene que ver con el saber tomar decisiones cada día, porque cada una te llevará por un camino, ya sea bueno o malo; es por eso que le pido a Dios que me dé sabiduría para discernir lo correcto, ya que el enemigo a diario nos presenta opciones que pueden parecer atractivas, pero son caminos de muerte.
Jesús dijo: «Yo soy el camino» (Jn16, 6). Jesús es el Camino de la vida, del amor; en Él está la esencia, por eso El Padre dice: «Este es mi Hijo amado, escúchenlo».
Cuando era joven, estaba en búsqueda de la felicidad, en las cosas que el mundo me ofrecía: vicios, sexo ilícito, placer, etc… pero estaba vacío, hasta que al fin decidí que debería de hacer el intento de ver si en Jesús encontraba lo que mi alma tanto buscaba. Tuve mi encuentro ofreciéndole mi vida y pidiéndole perdón por mis pecados y así comencé a ver el mundo de una forma diferente, a experimentar el amor de manera distinta, comencé a amar a mis seres queridos de una forma más auténtica y a valorar más la vida. En otras palabras, encontré el CAMINO en Jesús. Por eso te invito a que elijas el mejor camino, el único que te podrá llevar a la vida eterna: Jesús, quien es el verdadero amor y que dio su vida por ti.
Él dijo: «No hay amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). En este mundo en el que vivimos hay muchas ofertas de caminos que aparentemente contienen la felicidad, pero la verdad es que, no son caminos seguros. Pídele a Jesús a diario, con esta oración, que Él te muestre sus caminos; que con sabiduría decidas lo mejor para tu vida y no te dejes llevar solo por los sentimientos que a veces cambian. Elige su camino y verás su bendición.
Condúceme a mi destino
San Pablo dice: «No creo haber conseguido ya la meta ni me considero perfecto, sino que prosigo mi carrera para conquistarla, como yo he sido conquistado por Cristo; yo no me creo todavía calificado, para mí ahora solo vale lo que está delante; y olvidando lo que dejé atrás, corro hacia la meta, con los ojos puestos en el premio de la vocación celestial, que es la llamada de Dios en Cristo Jesús». (Fil 3, 12 -14).
La vida es una carrera y muchos no saben a dónde van a parar, pero, así como San Pablo, podemos saber hacia dónde queremos llegar. El Apóstol de los gentiles nos ilustra en el seguimiento de Cristo con el deporte, para poder entender el valor de lo que Dios nos ofrece por medio de su Hijo Jesús, el cual nos prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo y nos abrió las puertas del cielo, para que un día estemos con Él para siempre. Él es la resurrección y la vida.
En mi experiencia de haber corrido varios maratones, pude ver que, al momento de la salida, todos inician con el entusiasmo de llegar a la meta, pero conforme van pasando las horas se puede ver a muchos haciéndose a un lado del camino, ya sea por cansancio o por alguna lesión y sus rostros reflejan desánimo, no como empezaron.
La primera vez que corrí un maratón fue una experiencia de gran enseñanza, ya que hubo momentos en que pensaba, que mi cuerpo no resistiría la presión de correr todo el trayecto. Sin embargo, me motivaba recordando el camino que ya había recorrido y sentía que sí podría llegar a la meta.
Así es la vida; hay momentos que, si nos descuidamos y bajamos la guardia nos podemos quedar a la orilla del camino. Nuestro enemigo, Satanás, busca de mil maneras que no lleguemos a nuestro destino. Pero como dice San Pablo, «olvidando lo que quedó atrás, corro hacia la meta». Dejemos atrás aquello que nos cause dolor, rencor, y levantemos la mirada para seguir en la carrera de la vida y llegar a la meta.
Recuerdo que, cuando vi a la distancia la meta y cuando pasé la línea, fue una experiencia maravillosa, una sensación de energía y felicidad por haberlo logrado. Así nosotros, llegaremos a conquistar la carrera si miramos a Cristo Jesús. También lo dice San Pablo: «Y si Dios empezó tan buen trabajo en ustedes, estoy seguro lo llevará a feliz término» (Fil 1, 6). Este es el enfoque que el mundo necesita para ser transformados por su amor.
Que Dios les bendiga y muestre la meta
Para ti que recibes esta carta, donde te encuentres, quiero decirte que Dios es amor; te ama desde siempre, desea tu bien y quiere verte pleno y feliz en la meta. Nunca lo dudes.
Quiero también aprovechar para agradecerles todo su apoyo para esta obra de fe con la cual queremos seguir llevando la esperanza y amor de Dios al mundo. ¡Qué Dios les colme de bendiciones en todos los aspectos! Esa es mi oración por ustedes.
Pido a Dios Padre que les muestre su rostro, les muestre sus caminos y los conduzca con seguridad y firmeza a sus destinos en Cristo Jesús. El manto de Santa María, nuestra Madre del cielo los proteja siempre. Amén.
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