Iniciamos en este mes los ejercicios espirituales que corresponden a la Cuaresma, un tiempo de preparación personal y comunitaria para celebrar el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Precisamente, en este tiempo especial, viene a mi corazón el meditar cómo Dios, quien es el hacedor de todo, nos ha regalado tantas cosas que son esenciales para nuestra vida, entre ellas, el derecho de ser propietarios y administradores de nuestro propio albedrío.
Y es que, basta hacer un repaso por la historia de la humanidad, para observar cómo desde siempre, el hombre ha dado su vida por proteger su tierra, su propiedad. Siempre han existido quienes desean despojar a otros de lo suyo, incluso son capaces de invadir territorios ajenos. Yo podría asegurar, sin temor a equivocarme y sin exagerar, que mucha sangre humana ha sido derramada por proteger o invadir un territorio.
El Señor, cuando llama a Abraham, le dice: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar” (Gen 12, 1). Abraham obedece inmediatamente y emprende el camino. Cuando él y su gente están atravesando el territorio de Canaán, el Señor le dice: “Esta tierra se la voy a dar a tu descendencia” (Gen 12, 7). Así pues, para el pueblo de Israel la tierra tiene un significado muy grande, más incluso que el patriotismo. Estar en su tierra significaba para ellos seguridad, libertad, confianza y, por encima de esto, contar con la bendición del Padre Celestial.
Recordemos que los israelitas vivieron unos 430 años en un país que no era el suyo, en Egipto. Fueron maltratados y esclavizados, hasta que el Señor los llamó a través de Moisés y les dijo: “Claramente he visto como sufre mi pueblo que está en Egipto. Los he oído quejarse por culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren. Por eso he bajado, para salvarlos del poder de los egipcios, voy a sacarlos de ese país y a llevarlos a una tierra grande y buena, donde la leche y la miel corren como el agua”. (Ex 3, 7-8).
Cuando no vivimos en nuestra tierra podemos sufrir pues nos sentimos lejos de nuestro propio país y de nuestra gente, de todo lo que conocemos. El pueblo de Dios luchó por 40 años para llegar a la tierra prometida y tuvo infinidad de dificultades y enemigos que le salían en el camino, muchos que intentaron posesionarse de su tierra, la tierra que el Señor les había prometido.
Nuestra vida, es nuestra posesión más valiosa.
Amigos, nuestra vida es como una tierra que es deseada por otros. Una tierra en donde otros quieren poner su bandera y conquistarla. Es que, en nuestra tierra, se pueden dar buenos y abundantes frutos. Desde que estábamos en el vientre de nuestra madre ya había interés por conquistarnos. Sí, ya desde ese momento el enemigo de nuestras almas, Satanás, buscaba tomar posesión creando sufrimiento en nuestros padres, especialmente en nuestra madre, para que los efectos de su dolor se trasmitieran a la criatura en su vientre. Recordemos que el rey Herodes, desde antes que naciera Jesús, ya lo buscaba para matarlo.
Hoy, de forma sincera te pregunto: ¿eres libre en tu tierra o has sido invadido y conquistado por tus enemigos? ¿Vives en constante sufrimiento y bajo el yugo de tus enemigos? ¿Sabes quiénes son esos enemigos que ya tienen su bandera en tu tierra? Te puedo ayudar a identificarlos: la depresión, violencia, avaricia, adicción, infidelidad, rencor, baja autoestima, el pecado, etc...
Mis queridos amigos, tenemos que analizar seriamente quién está en nuestra tierra, es decir, en nuestra vida personal, e inmediatamente aliarnos con quien tiene un poder superior al nuestro para expulsar a esos enemigos y así poder vivir la libertad a la que hemos sido llamados.
Ese poder supremo es el de Jesucristo, el Hijo del Padre, quien vino para terminar con las obras del mal y a ofrecernos la libertad que se vive en la tierra prometida, lugar en donde Él es el Rey y Señor. Jesús mismo nos dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor” (Lc 4, 18-19).
Jesús ya nos rescató.
Tengan presente que no tenemos que vivir nuestra vida como prisioneros y cautivos; Jesús dio su sangre como rescate, reconciliándonos con su Padre y perdonando todas nuestras iniquidades. Todo por su amor incondicional. ¡Ánimo amigos! Hay que comenzar a vivir en esa libertad que el Señor nos ofrece en su amor y gozando de la paz y alegría de los hijos de Dios, y no bajo el poder del enemigo. Levantemos la bandera de Cristo en el lugar en que nos encontremos y recordemos que Dios “no nos ha dado un Espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio” (2 Tim 1, 7). Entonces, vivamos libres y solo para Él.
Aprovechemos pues, este tiempo cuaresmal que la Iglesia nos ofrece y meditemos en la misión santificadora de Jesucristo en nuestras vidas. A través de la conversión estaremos eliminando todas las barreras y dificultades que nos impiden alcanzar la verdadera libertad que Dios nos ofrece en Cristo Jesús. Amén.
Seguimos necesitando de su ayuda.
Quiero aprovechar este medio para invitarles a participar del próximo Teleradiotón, que tendrá como lema "A DIOS ROGANDO Y CON AMOR SEMBRANDO". Recuerden que su participación es muy importante para nosotros, pues nos ayuda a continuar con nuestra labor evangelizadora en los Medios de Comunicación. Adjunto encontrarán una sobre azul donde pueden enviar su ofrenda especial de este mes.
Es por esto que deseo dejar constancia de mi agradecimiento a todos ustedes, quienes participan activamente con sus oraciones y ofrendas. Mi gratitud también para los nuevos Sembradores que se han sumado a esta gran obra y ahora pueden recibir nuestros mensajes. Todos juntos y unidos por el Señor, estamos haciendo la diferencia en miles de corazones, en todos los lugares a donde llega la programación de Radio y Televisión con el mensaje de salvación. Ruego a Dios que les multiplique abundantemente cada ofrenda de amor que de ustedes recibimos.
Solo me queda desear que la paz del Señor se derrame en cada uno de ustedes, quienes leen este mensaje, y que Santa María de Guadalupe, madre nuestra, tome sus necesidades para presentarlas a su Hijo Jesucristo, en el poder del Espíritu Santo.
Noel Díaz
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