“Con las manos vacías” es una expresión que en una ocasión me dijo un hombre al cual le habían pronosticado que iba a morir a consecuencia de una enfermedad terminal. No cabe duda de que, cuando estamos en una situación de vida o muerte, vemos más claro y valoramos lo que es relevante e importante en la vida.

El tiempo litúrgico de Cuaresma es un tiempo muy importante en nuestra vida como Iglesia. La tomamos muy en serio y muchos tratamos de vivirla intensamente. Hacemos de ella un momento especial para acercarnos más a Dios. La Biblia nos dice en el Antiguo Testamento: “Nadie deberá presentarse ante el Señor con las manos vacías, sino que cada uno llevará sus ofrendas conforme a los bienes con que el Señor su Dios lo haya bendecido.” (Deuteronomio 16, 16). Este pasaje nos debe hacer reflexionar sobre la importancia de nuestras obras. Todo lo que hagamos en nuestra vida debe servirnos para llenar nuestras manos con buenas acciones.

Así pues, en este tiempo de dedicación espiritual, debemos hacer un sacrificio y tratar de evitar las distracciones, concentrarnos aún más en el Señor, de tal manera que conozcamos mejor el proceder divino y nos convirtamos en personas más amorosas en medio de nuestro mundo, el trabajo y nuestro propio hogar. Esto es algo que tenemos que hacer no solo durante el tiempo de Cuaresma  -en la que recordamos el gran sacrificio que Jesús hizo por amor a nosotros-, sino permanentemente en nuestra vida.

Jesús, ejemplo de fortaleza ante el sufrimiento

Jesucristo, además de sus últimas palabras dichas desde la Cruz, nos dejó una gran enseñanza sobre cómo vivir y enfrentar el dolor y el sufrimiento en la vida. Es precisamente en el tiempo de Cuaresma cuando podemos ver claramente la misión de Jesús como enviado del Padre. Durante su vida de servicio nos enseñó con su ejemplo que la vida hay que apreciarla, amarla y vivirla con todas sus consecuencias, reconociendo, en el proceso, que solo de la mano de Dios podemos ser libres si nos mantenemos firmes en las promesas del Señor cuando enfrentemos las tempestades y las tormentas de la vida.

En la persona de Jesús se encierra todo: la vida, la salud, la felicidad, el sufrimiento, la muerte y la resurrección. Al final de todo, Jesús vence la misma muerte abriendo el camino de la vida eterna y mostrándonos que se puede vivir con esperanza en la vida presente.

A continuación, les comparto de una forma casi poética la experiencia que tuve con Juan, la persona a quien mencioné al inicio de esta carta y a quien visité en su lecho de enfermo en el hospital. Esta experiencia le dio un giro grande a mi vida de servicio, la cual he comentado en algunas ocasiones, principalmente porque nos muestra cómo debemos aprovechar bien el tiempo que Dios nos ofrece como regalo en la vida.


 

                                 

CON LAS MANOS VACÍAS

Lo conocí en el hospital,
él se llamaba Juan.
Los doctores le dieron la noticia:
“Juan, en semanas morirás”.


Sus ojos reflejaban profunda tristeza,
más no era por el temor de la muerte
que a grandes pasos se acercaba a su puerta.


Su tristeza no era por los bienes que dejaba en esta vida,
tampoco por la falta de fe en Dios, pues Juan en Él creía.
Fue en el hospital en donde su gracia alcanzó,
pues la misericordia de Dios lo perdonó
al escuchar al sacerdote decir: “Tus pecados perdonados son”.

 

Con dolor en mi corazón le pregunté a Juan,
si no temes a la muerte y en paz estás con Dios
¿Por qué hay dolor en tu corazón?


Una profunda tristeza embargaba el corazón de Juan.
Pregunté repetidamente: ¿Por qué Juan? ¿Por qué?
Con lágrimas en sus ojos, él me respondió:
no temo a la muerte, pues Dios ya me perdonó,
no temo lo desconocido, pues confío en las promesas de Dios.


 

El dolor que me embarga va más allá,
y es que estoy… con las manos vacías.


¿Por qué con las manos vacías? a Juan le pregunté
cuando muchas lágrimas caían de sus mejillas.
Y él me respondió: Porque cuando estaba sano
nunca hice nada por nadie,
solo maldades y pecado fue mi vida.


Y hoy, inútil en esta cama, cuánto más deseo vivir la vida
para hablar del amor de Dios el resto de mis días.
Solo me entristece pensar, que si me presento ante Dios
mi gran dolor será llegar … “Con las manos vacías”.


Pasaron algunos días y sutil la muerte impactó su vida.
Juan se presentó ante Dios… con sus manos vacías,
tal y como él antes diría.


Hoy te digo Juan que con Jesús estás,
te puedes alegrar, pues tus manos vacías ya no están,
tus palabras dieron fruto en mi vida
y me inspiraron a hacer lo que tú querías,
que era no llegar ante el Señor…con las manos vacías.

En verdad esta linda experiencia me sigue impactando hasta el día de hoy pues hay muchas personas que, como Juan, oportunamente, se dan cuenta que su vida ha sido mal utilizada y que, cuando llegue el momento de rendir cuentas al Creador, no tendrán nada que ofrecer de todo lo bueno que pudimos haber hecho.

Le doy gracias a Dios por Juan que con su deseo de servir me tocó el corazón. Yo considero que desde ese momento él pudo decirle a Jesús que ya no tenía sus manos vacías. Así es como a través de esta experiencia, muchas veces yo he motivado a los servidores de El Sembrador a que se desgasten por trabajar en la obra de Dios, para que no lleguen ante su presencia con las manos vacías.

La Resurreción, base de nuestra esperanza

Aprovecho la oportunidad para recordarles que el acontecimiento más importante del universo lo constituye la Resurrección de Jesucristo, pues es el único y verdadero Dios que ha vuelto a la vida y ha vencido la muerte. La tumba de Cristo está vacía porque ha resucitado y de nuevo vendrá con gloria para darnos la alegría y la salvación a vivos y muertos.

Recordemos las palabras dichas por el apóstol Pablo: “Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a Él en su Resurrección.” (Romanos,  6, 5).  Nuestro final no será la nada, ni tampoco lo será el sepulcro. Nuestro destino último es la ansiada plenitud de la felicidad, porque la muerte ha sido vencida por Cristo Jesús. Todos aquellos que creemos en la Resurrección del Señor sabemos que hemos de experimentarlo en su realidad completa, es decir, en su vida, muerte y Resurrección, una unidad indivisible.

Tengamos presente que Jesús ha venido a cumplir uno de los anhelos más fuertemente arraigados en el corazón del hombre: vivir eternamente siendo felices, sin sufrimiento, ni dolor, ni tristeza. La Resurrección de Jesús es la victoria sobre la muerte. Entonces, nosotros tenemos la esperanza de ser resucitados con Él. Pero, a lo largo de nuestra vida, debemos vivir de acuerdo a las enseñanzas de Jesús en su Evangelio y a los preceptos del Padre. Recordemos que nunca nuestras manos deben estar vacías, nuestras manos deben estar llenas de las ofrendas de vida que, como fruto, hemos producido a la luz de Jesucristo.

El Santo Padre, el Papa Francisco, no se cansa de repetirnos: “que no les roben la esperanza”.  Es decir, la esperanza, la serena certeza de que nuestra vida terminará bien, que nos espera la resurrección en una vida plenamente feliz. No se puede vivir igual con esta esperanza que sin ella.

Gracias por dar a manos llenas

Quiero agradecer de todo corazón a los sembradores y misioneros por su ofrenda, por su generosidad, por su fidelidad, por su ayuda. Lo que hacen llena sus manos de ofrendas agradables al Señor y sus manos no están vacías, sino repletas de bendiciones pues, con generosidad se las han ganado, ya que su ayuda hace posible que muchas personas sean alcanzadas por el Evangelio de Jesucristo a través de la radio, la televisión, el Internet, las misiones a diferentes lugares, los congresos que llevamos a cabo. Que Dios les siga llenando con abundantes gracias en su familia y les ayude en sus necesidades. En lo personal y en nombre de nuestro apostolado, les seguiremos agradeciendo su fidelidad a Dios y a quienes reciben el fruto de su ayuda.

 

Reciban todos ustedes mis mejores deseos por unas felices Pascuas tengamos muy presente que ¡Cristo ha resucitado! Y que nos ha venido a ofrecer su paz y a confirmar que Él es el fundamento de nuestra fe y de la esperanza cristiana. Que María, Madre de Cristo resucitado, nos obtenga este bendito don pascual.

Noel Díaz

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