Llegamos ya al último mes del año y es un buen momento para la reflexión, tiempo de hacer un inventario, como dice la Escritura: “el Reino de Dios es también como la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo” (Mateo 13,47). Aquí, en la gran familia de El Sembrador, hemos tenido una pesca abundante y buena, por lo cual estamos agradecidos. Con gran esfuerzo se pudieron sostener los logros hasta el día de hoy y seguiremos evangelizando por medio de la televisión, radio, misiones y Metanoias.
En unas semanas celebraremos la Navidad, el Nacimiento de Jesús, El Emmanuel (Dios-con-nosotros). Sí, un año más ha transcurrido y está por comenzar un año nuevo lleno de fe, esperanza y amor que Dios nos ofrece. Hay tantas cosas que deseo compartir con usted, pero inicio diciéndole: ¡Dios es Amor! (1 Juan 4,8) Él se preocupa por usted más de lo que se imagina y este tiempo de Navidad representa vivir una vez más las virtudes teologales: “las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: La fe, la esperanza y la caridad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1813).
Pero ¿En qué consisten las virtudes teologales?
La Fe. “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos. Nuestros antepasados fueron aprobados porque tuvieron fe” (Hch 11,1). Dios cumple sus promesas ya que los profetas anunciaron la venida del Mesías para aquellos que esperan. Como los personajes bíblicos, Ana y Simeón (Lucas 2, 25-39) que nunca perdieron su fe sino que, con paciencia, esperaron el cumplimiento de las promesas, de que nacería el Salvador del mundo. Así mismo, Dios nos llama a creer y perseverar en la fe que nos sostendrá en medio de la duda, del sufrimiento y las penas de la vida.
La Esperanza. Al ser la historia humana un tiempo de espera, toda la historia es, de algún modo, un Adviento. Particularmente, se acentúa en la Biblia la espera del pueblo judío, al marcar una clara dirección hacia el día del Señor. Ahora bien, no es lo mismo la espera (lo que llega como resultado del esfuerzo humano), que la esperanza (lo que llega como resultado de la acción de Dios y que sobrepasa al esfuerzo humano, porque lo perfecciona y lo engrandece).
“Esperar” es situarse en estado de receptividad, con el afán de recibir algo de parte de los hombres y, por lo tanto, con resultados limitados y humanos. “La Esperanza”, en cambio, es estar convencidos de que va a llegar algo que supera nuestras fuerzas y que nos da la plena certeza de recibirlo porque Dios siempre cumple lo que promete: lo que esperamos, llenos de fe, es el Reino de Dios en plenitud.
Esto supone dos exigencias espirituales: la alegría, respecto de lo queesperamos y la vigilancia, respecto de nuestra vida y comportamiento para instaurar el Reino. No se puede contraponer la espera y la esperanza: la esperanza cristiana pasa a través de genuinas esperas humanas. A veces, nuestro pueblo, tiene una gran esperanza cristiana y pocas esperas humanas. Los acomodados viven únicamente pendientes de las esperas cifradas en el dinero, el poder, la comodidad, etc. Los pobres y los marginados, esperan siempre una sociedad nueva, un reparto de bienes y de oportunidades, un Reino de Dios con libertad y justicia.
El Amor. Es el poder más grande que existe en este mundo. Sabemos que hay infinidad de poderes que están destruyendo a las familias, por ejemplo, violencia, odio, infidelidad, avaricia y adicciones. Sí, son poderes grandes, con capacidad de destrucción en gran escala. Sin embargo el poder más grande es el AMOR, capaz de aniquilar a todos los demás poderes, por más grandes y destructivos que puedan ser. Por eso, en este tiempo de Adviento, te invito a hacer un sincero examen de conciencia como la Iglesia nos enseña. Un examen que nos indique claramente como estamos con Dios. Si nuestra vida está mal, volvamos nuestra mirada a Él hoy, “Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve” (Is. 1,18).
Ofrecer nuestra vida será el mejor regalo que le podemos ofrecer al Niño Jesús. Él no necesita que le regalemos cosas materiales, quiere que le regalemos nuestro corazón, así como está. ¡Hacer esto sí que es la verdadera Navidad!
Los regalos verdaderos y de más valor no se encuentran en las tiendas ni tampoco tienen precio, porque lo más valioso procede de un corazón encendido por la llama del amor. Yo también me siento renovado por la presencia firme de las virtudes teologales, pues en este año que está por terminar, Dios me dio oportunidad de valorar ser su hijo a través de diferentes acontecimientos sucedidos en nuestro Apostolado. Mi esperanza se renueva al ser testigo de tantas personas que se han visto transformadas por la presencia de Jesús en sus vidas, como consecuencia del trabajo intenso que llevamos a cabo en las misiones, los congresos, la programación de la radio, la televisión y el Internet, las cuales me llenan de mucha satisfacción y, al mismo tiempo, me motivan a continuar haciendo el trabajo que Él me ha encomendado en lo personal y con el Apostolado.
El amor de Dios se ha manifestado en todos y cada uno de aquellos que son bendecidos por Él día con día a través del trabajo que hacemos en los diferentes Medios, por sus llamadas y en las diferentes actividades. Todos nosotros hemos sido alcanzados por ese infinito y eterno amor de Dios, principalmente cuando llegamos a esta época y valoramos lo que poseemos: la vida, la paz interior, la fe, la esperanza y la familia. Es donde ese amor actúa y se hace presente, pues ese amor se traduce en consuelo, bondad, misericordia y perdón.
¡No perdamos la fe, esperanza y amor!
Mis queridos amigos, todos hemos experimentado dificultades a lo largo del año, pero también, sin duda, hemos recibido grandes satisfacciones. Todos hemos pasado por limitaciones, pero seguimos siendo ricos, pues la mayor riqueza y satisfacción nos viene desde un humilde pesebre a nuestras vidas, nuestro regalo tiene vida y nombre: Jesús El Emmanuel. Hoy les invito a que en este 2019 no perdamos la Fe, la Esperanza y el Amor, ya que, como hijos de Dios, Él nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén.
Démosle gracias a nuestro Padre Dios por la bondad de haber pensado en nuestro bien, al darnos la extensión de su amor en Jesucristo y su poder en la presencia del Espíritu Santo. Levantemos nuestro corazón al Señor para adorarlo, bendecirlo y glorificarlo, y para mostrarle nuestra gratitud por el regalo maravilloso de Jesucristo, luz del mundo y nuestra luz.
Aprovecho esta última oportunidad que me ofrece el año que termina, para agradecerles a todos y cada uno de ustedes por el valor de su ayuda, por su fidelidad y por la confianza de creer en esta maravillosa obra de Dios, en nuestro Apostolado que, gracias a ustedes, se ha ido consolidando a través de los años. Agradezco de una manera especial a todos los Sembradores quienes, durante todo el año, se han unido a la noble tarea de evangelizar con “El Sembrador” enviando su semilla mensual. Hoy tienes la oportunidad de dar un regalo especial. Adjunto encontrarás un formulario para enviar tu donación especial del año.
Deseo de todo corazón, de parte de mi familia: mi esposa Sara, mis hijos y de toda la gran familia de “El Sembrador”, que las más ricas bendiciones de nuestro gran Dios lleguen a usted y los suyos en esta Navidad y Año Nuevo que está por iniciar y, como siempre, mil gracias por sus oraciones en nuestro beneficio para que sigamos con fidelidad, delante de Dios, en la misión encomendada.
¡QUÉ EL AÑO 2019 SEA MUY PRÓSPERO Y LLENO DE BENDICIONES!