El título de esta carta es una expresión bíblica, dicha, escrita y vivida por el Apóstol San Pablo, refiriéndose a la obra salvadora de nuestro Señor Jesucristo, la cual debe de resonar en el corazón de todo cristiano que verdaderamente ama, confía y tiene fe en Jesús. Valdría la pena preguntarnos a sí mismos: ¿Qué significa y qué valor tiene esta expresión para nosotros? Es muy probable que para la mayoría de las personas, el texto signifique que si tenemos a Dios con nosotros, nunca nos pasara alguna desgracia o problema. Pero, no, esta escritura no significa que si Dios está con nosotros, esto equivale a tener ausencia de tribulaciones en la vida. Jesús les dijo a sus discípulos con sus propias palabras: “Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33).
Esa frase bíblica la escuchamos muchas veces, tratando de identificar a una denominación religiosa que la mencionaba frecuentemente: ¡Pare de sufrir! Dando a entender que se terminaría el sufrimiento definitivamente, lo cual es muy relativo y difícil. La verdad es que todos los que nos llamamos cristianos, tendremos que confrontar las tribulaciones. La diferencia está en que aquellos que sabemos, conocemos y mantenemos una relación estrecha con Jesús, tendremos una forma diferente de confrontar cualquier tribulación y problema, precisamente porque reconocemos el amor y el poder de Dios y porque confiamos plenamente en Él. La fe y la esperanza depositada en nuestro Señor, es una enseñanza aplicada a la vida, y esto nos libra de vivir sometidos a muchos males y problemas, pero estamos muy claros que, Dios no nos promete una vida sin pruebas. En el libro de (Eclesiástico 2, 1) nos dice: "Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba". Desde el mismo momento en que con firmeza, hemos tomado la decisión de ser un seguidor de Cristo, sabemos que tenemos todo que ganar y nada que perder. El simple hecho de vivir manteniendo una buena relación con Dios, nos salva de muchas penas. Pero cuando nos llegue el momento de pasar por alguna tribulación, aflicción, pena, dolor, prueba, tentación, desilusión de alguien o de ti mismo, contarás con todas las promesas que Dios ha hecho a tu favor a través de la historia. En la misma palabra de Dios, nos prometió estar con nosotros en los momentos difíciles de la vida; no sólo para acompañarnos, sino también nos dice, según sus palabras: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá” (Mateo 7,7).
Y hasta nos dijo como hacerlo: “Por eso les digo que todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán” (Marcos 11,24). También nos enseñó que debemos pedir al Padre en su nombre: “Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre” (Juan 14,13). Son muchas las personas que tienen una falsa idea de tener a Dios en su vida. Consideran que estar con Dios, es casi igual a que Él los pusiera en una cápsula para que nada les suceda y les pase. De tal manera que, cuando algo difícil les sucede en su vida, fácilmente se derrumban y son de las personas que se quejan y dicen: ¿Y por qué a mí? ¿Dónde está Dios? ¿Si yo voy a la iglesia y hago esto o lo otro, qué paso? ¿Por qué Dios me abandonó?
En definitiva, los hijos de Dios, tenemos que exclamar junto con San Pablo: ¿Qué más podremos decir? ¡Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar contra nosotros! (Romanos 8, 31). Y la respuesta es: « ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!» (Romanos 8,39). Nuestra vida cristiana, por lo tanto, está fundamentada en la roca más estable y segura que nadie puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra fuerza y fortaleza, como escribe precisamente el apóstol: «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Filipenses 4, 13). Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es una verdad absoluta, lo que el mismo apóstol escribe: «Y Por el que ahora padezco esta nueva prueba. Pero no me avergüenzo, porque sé en quién he puesto mi confianza y estoy convencido de que tiene poder para custodiar hasta aquel día, lo que deposité en sus manos.» (2 Timoteo 1, 12).
Todos estamos sujetos a las pruebas y las aflicciones, el mismo Apóstol San Pablo, siendo un hombre que gozaba del favor de Dios, no sólo las sufrió y las padeció en carne propia, sin embargo, aún estando preso por consecuencia del evangelio, declaró, en su maravillosa Carta a los Romanos: “Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni las fuerzas del universo, ni lo presente, ni lo futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Romanos 8, 38-39). De hecho, Pablo murió por ser un apóstol y discípulo, al igual que la mayoría de ellos y esto me deja claro que la muerte no era razón para que ellos dudaran de las promesas de Jesús. Nunca podré imaginarme al Apóstol San Pablo decir desde la cárcel: ¿Dónde estás Jesús, si yo lo dejé todo por ti? ¿Por qué me abandonaste? ¿Porque a mí? Fue todo lo contrario, se atrevió a escribir desde la cárcel: “Hermanos, quiero que sepan que, con todo lo que me sucede, el Evangelio, más bien ha progresado. Entre la gente del pretorio, y también fuera, mis cadenas han hecho circular el nombre de Cristo. Mi condición de preso ha animado a la mayoría de nuestros hermanos en el Señor, los cuales ahora se atreven a proclamar la palabra más abiertamente y sin miedo.” (Filipenses 1, 12-14). A pesar de su cautiverio, sus pobrezas y carencias, con alegría en su corazón le dijo a la iglesia para la posteridad: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos.” (Filipenses 4, 4-5). La clave está en entender y creerle a Dios que Él es fiel en cumplir sus promesas. La mayoría de cosas que nos pasan son solamente temporales, pero llegamos a creer que nunca cambiarán o que siempre estaremos sufriendo.Hay una frase, la cual yo he utilizado y repetido muchas veces, que dice: “Si, estás bien con Dios, todo está bien”. Y lo que trato de decir con esta frase, es: “Que si tenemos una relación fuerte y sólida con Dios, al final de todos los acontecimientos, todo saldrá bien, porque estamos unidos a Dios”. Quiero concluir el contenido de esta reflexión, con las mismas palabras dichas por Santa Teresa de Jesús, que dicen: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; La paciencia todo lo alcanza; Quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios Basta.
Nuevamente quiero agradecer a todos nuestros Sembradores, que con su ofrenda mensual hace posible que la obra del Señor continúe llegando a muchos países. Sin su ayuda no sería posible llegar a millones de almas cada día. Es por ello que “El Sembrador” nunca duerme, siempre estamos despiertos, para glorificar al Señor y llevar la Buena Noticia a los confines de la tierra. Amén.
Que la bendición del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo permanezca con todos y cada uno de ustedes y que el Corazón Inmaculado de Santa María de Guadalupe, siga intercediendo en sus necesidades y sean atendidas y escuchadas por nuestro Señor Jesucristo.