A finales del mes de septiembre de este año tuve el privilegio de mantener una conversación personal con Su Santidad el Papa Francisco; especial ocasión de experimentar la fe al tener frente a mí al sucesor del apóstol Pedro y sentir su cercanía, sencillez y humildad, así como compartir su preocupación y gran deseo de ver hecha una realidad: “la Iglesia en salida”.
Les comparto que experimenté un momento que jamás olvidaré: Estábamos los dos sentados y decidió hacer una oración antes de iniciar la conversación y entrevista que iba a ser grabada para nuestro canal de televisión. Cruzamos miradas y esperé prudentemente a que el Santo Padre iniciara, entonces me sorprendió cuando él dijo: ¡Haz tú la oración! Lo tomé de la mano, cerré mis ojos e hice la oración, pidiendo a Dios que nos enviara su Santo Espíritu como fuente de inspiración para la conversación y entrevista que tendríamos a continuación. Aproveché dentro de la oración para rogar por él y su ardua labor como sucesor de Pedro; también por nuestro apostolado y todos sus miembros, migrantes en su mayoría. Les confieso que fue un momento que por siempre guardaré en mi corazón, a imitación de María Santísima, que todo lo guardaba en su corazón.
Un regalo desde el corazón de la Iglesia
Más allá de la experiencia vivida y compartida, y pensando en los frutos de mi visita al Vaticano, considero que la mejor forma de seguir colaborando como apostolado con nuestra Iglesia y con los deseos del Santo Padre, es realizar ese deseo tan insistente que nos ha hecho. Quiero que consideremos que, cada uno de nosotros, en lo personal o a nivel familiar, podemos hacer para Navidad algo que vaya más allá de dar un regalo a nuestro prójimo: actuar y ser una Iglesia en salida, una Iglesia para los pobres, tal y como ha dicho el Papa Francisco una y otra vez; debemos ver más allá, como buenos cristianos.
Entonces, ¿quiénes son los pobres de nuestro tiempo? No solo son pobres aquellas personas que carecen de recursos económicos, sino también son pobres aquellos que Jesús menciona en las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5, 3). Si nos fijamos en la frase de Jesús, la palabra “espíritu” no lleva mayúscula, porque se refiere a la parte interior del ser humano, nuestro propio espíritu y no el Espíritu Santo. Por lo tanto, la bienaventuranza, se refiere a todo lo espiritual que hay en nosotros, nuestras necesidades interiores. Así pues, Jesús nos habla de una pobreza espiritual, la de aquella persona que se siente necesitada de Dios, que se siente vacía para que Él pueda habitar en el corazón.
El evangelista San Lucas, en el capítulo 2, nos narra con detalle la historia del nacimiento humilde de Jesús en Belén. En este acontecimiento, la Virgen María y San José fueron pobres de espíritu al aceptar las condiciones adversas que se les presentaban con fe y serenidad, y a la vez pobres materialmente porque humildemente aceptaron que Jesús, el Hijo de Dios, naciera en un establo y tuviera como cuna un sencillo pesebre.
Ser una Iglesia para los pobres y una Iglesia en salida según el deseo del Papa Francisco, es hacer lo que hicieron los pastores quienes salieron al encuentro de la Sagrada Familia de Nazaret. Ellos acudieron a ver al Niño Jesús luego de recibir la llamada de parte del ángel del Señor y, obedientes, corrieron a ver al Salvador para confirmar la noticia y luego contar todo lo que habían visto. Los pastores estuvieron muy atentos a las señales que Dios les dio, tal y como también lo hicieron los sabios de oriente, (Gaspar, Melchor y Baltazar), quienes viajaron largas distancias siguiendo una estrella con tal de encontrar a Jesús, Rey de los Judíos, para adorarlo (Mateo 2, 1).
Salir de nuestra comodidad es ser Iglesia en salida
Como podemos observar en estos acontecimientos bíblicos, tanto los pastores de Belén como los tres sabios de oriente, al recibir las noticias de parte de Dios acerca del nacimiento de Jesucristo, el Salvador, respondieron actuando de inmediato y sin pensarlo; salieron de su propia comodidad y acudieron al llamado hasta encontrar al Hijo de Dios que había nacido. Así debemos actuar también los cristianos, salir al encuentro de aquellas personas que tienen necesidades de diferente tipo, no solo económicas, sino quienes pasan por situaciones adversas y pierden la esperanza y hasta el interés de vivir.
Muchos viven como si su vida no dependiera totalmente de Dios. Y es que todos somos pobres ante Él: con nuestras culpas, nuestra miseria, nuestras enfermedades… pero nosotros podemos donar desde nuestra pobreza, llevar a las personas palabras de esperanza, de amor, de consuelo, de bondad. Convertir nuestra presencia en un regalo que alegra, que devuelve la fe y la confianza en quien todo lo puede, nuestro Señor y Salvador.
En esta Navidad propongámonos firmemente hacer algo por aquellas personas que necesitan de amor, de fe, de esperanza, de una palabra de aliento y de consuelo. Podemos, por ejemplo, visitar enfermos o bien personas privadas de su libertad; podemos comunicarnos con familiares olvidados o alejados, reconciliarnos con familiares y amigos; pedir perdón si reconocemos que hemos fallado y tener paz; perdonar a quiénes nos han ofendido, etc., Esto significa vivir el Evangelio tal cual es y, al mismo tiempo, vivir y poner en práctica la iglesia en salida. Tomemos la iniciativa como regalo de Navidad.
Doy gracias a Dios porque durante este año 2019 hemos visto y escuchado tantos testimonios de mujeres y hombres a lo largo del Continente Americano, quienes nos han compartido cómo sus vidas han sido transformadas a través de nuestros programas de televisión y radio, por los diferentes eventos de evangelización que realizamos, o bien reproduciendo estas cartas mensuales que les enviamos. Hemos sabido que muchos realizan el apostolado de fotocopiarlas y enviarlas a personas que se encuentran en alguna cárcel, por mencionar un ejemplo.
Esto es ser una iglesia en salida. Todos tenemos retos en esta vida y no hay quien no tenga problemas de diferente índole. Sin embargo, debemos tratar de salir de nuestros propios sufrimientos con fe, con esperanza y mucha oración, luego alzar la cabeza y ver a los demás para ofrecer nuestra ayuda pues, haciéndolo así, Dios se encargará de nuestros problemas.
Al celebrar el nacimiento de Jesús veamos el ejemplo de San José y la Virgen María quienes, en los momentos de recibir a Jesús, no la estaban pasando bien, con todo, ellos no cayeron en depresión o angustia, más bien confiaron en las promesas de Dios y recibieron al Salvador con alegría.
Puede ser que usted al momento de leer esta carta esté pasando por algún momento difícil también. Pero yo le pido que tenga fe y confianza en el Señor. Estoy convencido de que todo eso pasará muy pronto. Le recomiendo que permanezca atento a las señales que Dios le enviará en su debido momento, y alcance a ver la gloria de Dios, tal y como fue la experiencia de los pastorcitos y sabios de oriente. Vivamos cada día con fe y esperanza en el Señor, muy atentos a sus señales. Esto es verdaderamente celebrar la noche de paz y la noche de amor del Señor Jesús.
¡Gracias por un año de generosidad!
Aprovecho para darle las gracias por ser parte de esta familia de fe que es nuestro Apostolado y le agradezco a cada persona que nos ha apoyado con sus oraciones y su donación para que sigamos llevando la fe en Jesús a millones de personas cada día por los Medios de Comunicación, para llevar el Evangelio y motivar un encuentro personal con Dios.
Les pido que no dejen de apoyarnos en todas nuestras actividades de evangelización en el próximo año 2020 pues hay mucho por hacer, aún tenemos que llegar a muchos lugares más en donde Dios nos pide ser instrumentos de su amor.
A todos y cada uno de ustedes, en nombre de la Familia de El Sembrador y a título personal, les deseo que tengan una feliz y tranquila Navidad y un bienaventurado Año Nuevo junto con sus familias.
Atentamente en el amor de Jesucristo y Santa María de Guadalupe, me despido con las palabras de bendición del Papa Francisco que especialmente les envía a usted y su familia:
“A todos ustedes que están viendo y escuchando, deseo que el Señor les abra el corazón y entre su palabra de fe y por eso los bendigo de todo corazón y les doy mi bendición. Como Padre, como Hermano Mayor, como servidor de todos ustedes, que los bendiga Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por favor, recen por mí. Gracias”.