Considero que desde los inicios de la humanidad, vivimos en una constante búsqueda para descubrir cómo darle satisfacción y felicidad a nuestra existencia. Esa búsqueda es una exigencia desde lo más profundo de nuestro ser, nuestra alma y nuestro espíritu. Quizás muchas personas mueren sin haber encontrado aquello que realmente les llenara y les diera satisfacción a su vida. Muy probablemente, tanto usted como yo, estamos experimentando esa búsqueda.
San Agustín también experimentó esa búsqueda y, en sus confesiones, nos da una luz, cuando dijo: “porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Creo que es muy importante deducir de lo anterior, que solamente cuando encontramos a Dios y creemos en su amor, llega la felicidad a nuestra vida y la búsqueda termina.
La palabra AMOR, significa algo diferente para cada uno de nosotros, hoy en día está sobre usada y muy trillada. La mayoría de los seres humanos, entendemos y mostramos el amor de acuerdo a la forma en que lo recibimos y experimentamos y a cómo pensamos que se debe dar.
Sustento lo anterior en mi experiencia personal, pues mi amada madre, que en paz descanse, sufrió mucho porque le fue muy difícil decirme a mí, su único hijo: “Te quiero”, y mucho más difícil decir: “Te Amo”; ¿por qué?, sencillamente, porque ella nunca escuchó estas palabras en su niñez y cuando llegó a sentirse enamorada, probablemente las escuchó, pero sólo por un breve espacio de tiempo, pues cuando menos lo esperaba, todo se volvió violencia, golpes y engaños de quien ella creía haberse enamorado. Por todo lo anterior, mi madre no conocía la esencia de las frases: Te quiero, Te amo. Una de las maneras que mi mamá utilizaba para decirme que me amaba, era dándome un regalo o cocinando mi comida favorita; me costó mucho tiempo entender que ésta también era una forma de decirme que me amaba. A veces las personas pueden crearse un concepto que la sociedad nos ha planteado y suponer que el amor solo está limitado a palabras y flores.
En el evangelio de San Juan, leemos que Jesús dijo estas palabras: “Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa. Mi mandamiento es éste: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” (Juan 15, 11-13). Jesucristo estaba preparando a sus discípulos, para que ellos descubrieran el verdadero amor en Él y que después ellos pudieran hacer lo mismo, tal y como lo hicieron la mayoría de ellos.
Hoy nuestro mundo se encuentra ante una desafortunada realidad: palabras huecas, promesas que no se cumplen, incongruencias en el área social, familiar, laboral y política; desafortunadamente también entre nosotros los cristianos católicos y no católicos.
Mis estimados amigos, ahora estoy más convencido que nunca: El amor no es sólo una palabra, ni tampoco sentimientos, sino acciones concretas en beneficio del ser amado con lo que estamos diciendo muy claramente: ¡TE QUIERO, TE AMO! Las acciones deben ir por delante y las palabras deben ser el complemento. Jesús no se limitó a decirles que el mandamiento nuevo es el de amarse, sino que cuando llegó el momento, aceptó nos amó al cargar la cruz y se abandonó voluntariamente en las manos de quienes lo odiaban y lo acusaban, siendo totalmente inocente. Pero al morir crucificado, estaba confirmando lo dicho por Él mismo al entregar su vida por sus amigos, nosotros mismos, y escribiendo la historia de amor más grande que se haya dado en la existencia de la humanidad. San Juan, el Apóstol del Amor, escribe diciendo: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.” (1 Juan 4, 10).
Desde mi personal conversión y entrega, me convencí, de que todo lo que anhelamos en esta vida, lo encontramos en Cristo Jesús. El apóstol San Pablo dice en Colosenses 2, 9: “Porque toda la plenitud de Dios se encuentra visiblemente en Cristo, y en Él, Dios los hace experimentar todo su poder, pues Cristo es cabeza de todos los seres espirituales que tienen poder y autoridad”. Con esta escritura, el apóstol nos hace ver que al encontrar a Jesucristo, ya lo obtuviste absolutamente todo y, por consiguiente, todo tu ser está satisfecho, serás capaz de dar tu vida para servirle a Él y a tu prójimo. Tengamos presente que Jesús mismo dijo: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará” (Mateo 16, 25). El mundo y la naturaleza humana nos predica todo lo contrario, pues nos invita a vivir la vida a nuestro antojo, a disfrutarla en medio de los placeres, a ocuparnos de nosotros mismos, sin importar los demás, a gozar la vida de la mejor manera, pues solo hay una, etc.
Cuando uno entiende la naturaleza del mensaje de salvación que Jesucristo nos ofrece, lo abandona todo por seguirlo a Él y estamos dispuestos a perder la vida del mundo y disfrutar la vida del servicio, abrazando su evangelio y aceptando todos los sacrificios que son necesarios con el fin de serle fiel, llegando inclusive a aceptar los sufrimientos con la firme esperanza de oír su voz que a cada instante nos dice: “No tengas miedo, yo he vencido al mundo y tú lo vencerás conmigo”.
Con tanta razón, San Agustín escribió diciendo: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo más yo no lo estaba contigo, me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abracé en tu paz.»
Hoy es tiempo de que celebremos el amor que Jesús nos ha mostrado y lo compartamos con nuestro prójimo. Celebremos que de hoy en adelante, nunca más tendremos motivo para decir: “A MI NADIE ME AMA”, porque Jesús te ha amado y te sigue amando, hasta dar su vida por ti. Nuestra lección de amor debe estar contenida en lo enunciado por el Señor: “Les aseguro que si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna”. (Juan 12, 24-25). Amén.
Bajo lo enunciado anteriormente, con todo el amor que Cristo ha puesto en mi corazón, agradezco su generosidad y bondad al brindarnos su apoyo día con día, tanto en lo económico, como en oración, pues vivimos necesitando recursos para continuar la labor que el Señor nos ha impuesto a través de su Espíritu, proclamando su amor y llevando esperanza a quienes tanto la necesitan en este mundo tan convulsionado por el materialismo. Dios es amor, y es necesario llevarlo a quienes desconocen de Él, para que tengan la confianza de que los protege en toda circunstancia.
Les deseo un feliz mes del Amor y la Amistad, confiando en que ustedes también lo compartirán con toda su familia y sus seres queridos. Aprovecho para quedar de ustedes como su siempre amigo en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y de la siempre Virgen María en la advocación de Santa María de Guadalupe.