Hoy deseo partir de dos verdades bíblicas fundamentales, las cuales considero importantes para desarrollar el tema de la carta de este mes y enviar así un mensaje de esperanza a todos los necesitados de sanación y liberación de sus enfermedades, cargas, dificultades, problemas, que son tan agobiantes:
• Jesucristo dijo, durante su visita a la casa de Zaqueo: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19, 10). En otra ocasión Jesús había dicho que solo el enfermo necesita de médico.
• Jesús también invitó: “Vengan a mí todos ustedes que están fatigados y agobiados, y yo los haré descansar”. (Mateo 11, 28).
Dicho esto, sabemos con certeza de que solamente en Jesucristo se encuentra la salvación y la sanación de la mente, el cuerpo y el espíritu.
Hoy vivimos tiempos en los cuales, más que nunca, estamos viendo desarrollarse todo tipo de enfermedades, desde las más sencillas hasta las más complicadas, pero en donde las mentales, según estadísticas, cada día aumentan de manera alarmante.
Las enfermedades relacionadas con la depresión, la ansiedad, los ataques de pánico, la esquizofrenia, los trastornos obsesivo-compulsivos, la bipolaridad, entre otras más, arrojan cifras preocupantes y son muchas las personas quienes las padecen y no han estado bajo el cuidado de un médico especializado. Por aparte, las enfermedades físicas nunca han dejado de ser parte de la vida, pero nuevas enfermedades han surgido en las últimas décadas; simplemente el cáncer continua causando estragos en la población.
Por todo lo mencionado anteriormente, mi mensaje es: Jesús sigue siendo el Dios milagroso de siempre y sigue obrando de la misma forma que lo hizo en los relatos evangélicos que hoy analizamos. Jesús es el mismo que sanó al ciego Bartimeo, a los 10 leprosos; que liberó a los endemoniados de Gerasa; que curó a los sordos, a los paralíticos, y que además resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a su amigo Lázaro.
Recordemos las propias palabras de Jesucristo, quien les dijo a sus discípulos: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra.” (Mateo 28, 18), y es por ese poder concedido que el Señor realizó y sigue realizando sus obras milagrosas.
Lo esencial: buscar a Jesús y pedirle con fe
Yo soy testigo de que Jesús sigue sanando hoy en día. He visto su obra y por eso lo digo y lo afirmo. También he notado que hay muchas personas buenas y de fe que piden milagros a Dios y no se les concede, mientras que a otros el Señor parece sí escuchar sus peticiones. Esto genera una serie de preguntas que, sin embargo, no son nuevas, sino que muchos se han hecho a través del tiempo.
No hay siempre una respuesta que pueda satisfacer a cada persona sobre el porqué Dios no sana en algunos casos. Cada vez que pedimos un favor o milagro al Señor es importante reconocer que Él también nos pide que nosotros realicemos nuestra parte, es decir, poner en práctica nuestra fe. Cuando Jesús sanaba a las personas, solía decirles: «Por tu fe has sido sanado», con lo cual aprendemos que esta virtud es fundamental para ver realizado el milagro que pedimos.
Sin embargo, es indispensable cumplir con un paso previo que consiste en buscar a Jesús, tomar la decisión de seguirlo, lo cual significa que reconocemos que Él y nadie más que Él es quien concede lo que nosotros le pedimos. Sin esta decisión, no se podrá obtener el favor de Dios.
Además, Jesús también nos dice: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre.” (Mateo 7, 7-8). Este es un principio esencial. Una de las satisfacciones que me han edificado en la fe es haber palpado cientos de sanaciones en los Congresos y Metanioas que hemos llevado a cabo a través de los años en el Apostolado de El Sembrador. En cada evento realizado se dan siempre los dos elementos antes mencionados: Acudir en busca de Jesús para seguirlo, ya que vienen al evento, y porque en los momentos oportunos piden con profunda fe, convencidos que solo el Señor puede atender su necesidad. He escuchado de voz de los favorecidos sanaciones de cáncer, de depresión, liberación de adicciones, de opresión de malos espíritus, sanación del odio y rencor, sanaciones de perdón…
No olvidemos que Jesús nos ha dicho que, para quien crea en Él, señales milagrosas le acompañarán. Esta es una afirmación que nos ha inspirado siempre y es la razón de llevar a cabo nuestros Encuentros y Metanoias, a los cuales miles de personas asisten con sus necesidades personales y familiares, con la esperanza de tener un encuentro personal con Jesucristo, a quien recurren con esperanza para recibir la sanación de cuerpo y alma. Dios siempre se hace presente y obra en aquellos lugares donde las personas se reúnen y le aclaman con fe.
Los sacramentos, medios de sanación
Los sacramentos son un tesoro para la fe de los creyentes; a través de ellos también se encuentra la salvación y la sanación personal: El sacramento de la Reconciliación nos libera del pecado, nos sana de la culpa y nos obtiene el perdón de Dios. En el sacramento de la Eucaristía es Jesús mismo quien entra en el corazón de quien lo recibe y es fuente de vida y salud.
Si una persona hace todo de su parte, es decir obra rectamente y manifiesta su fe y aún así no recibe la sanación que pide, debe entonces invocar a Dios para que conceda paciencia para perseverar y mantenerse fiel, hasta que se cumpla el tiempo de Dios. Si no recibimos el favor pedido, debemos aceptarlo con alegría, porque solo Dios sabe porqué no concede aquello que pedimos.
Algunas veces, Dios decide darles a las personas una mejor vida, liberarle de su cuerpo y llevarle a su presencia para estar sin más dolor y sufrimiento y vivir en entera paz para siempre. La muerte no es sinónimo de derrota o falta de fe para quienes en Dios creemos y esperamos. Jesús prometió resucitar a quienes mueran creyendo en Él. San Pablo nos da el secreto de cómo ver la vida y el futuro sin temor: “Si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, tanto en la vida como en la muerte, del Señor somos”. (Romanos 14, 8).
Así pues, del 21 al 22 del presente mes de julio, realizaremos el Congreso de Oración, un evento en el que yo personalmente, he experimentado sanación y liberación para las personas. La oración con fe tiene mucho poder y podemos recibir señales milagrosas del Señor. Por ello, quiero invitar a todo aquel que reciba esta carta, si está en sus posibilidades, a que asista a este evento. No lo duden, y si pueden también inviten a muchos más a venir, solos o con su familia y/o amigos, a buscar a Jesús, revestidos de mucha fe.
Le encomendamos invite, sobre todo, a aquellos que usted sabe que necesitan de Jesús a que vivan esta experiencia y encuentren en Él la sanación que tanto esperan. Cambie su vida y la de los demás. Jesús es el mejor regalo que podemos recibir en la vida. Jesús nos espera con los brazos abiertos para abrazarnos con su amor. Recuerde que si usted le ofrece a Dios su casi nada, Él le dará su todo, porque Él todo lo puede.
Quiero también agradecerle, desde lo más profundo de mi corazón, el favor de su ayuda económica que fielmente nos ofrece cada mes. Esta nos permite continuar llevando a Jesús a miles de personas en el mundo a través de la Radio, la Televisión, el Internet y otros medios al alcance. Quiero hacer una especial mención a todos los sembradores y sembradoras que aportaron su semilla y colaboraron en el Teleradiotón “Sembrando con María”. Su ayuda, sus oraciones y buena voluntad es lo que sostiene a todo nuestro apostolado. Gracias por su ofrenda, esa semilla que sigue dando mucho fruto y que nos permite continuar siendo testigos de innumerables transformaciones de vidas para gloria de Dios. Sin duda alguna, Dios Padre le recompensará y la multiplicará, porque su bondad es para siempre.
Atentamente en el amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tomados de la mano de Santa María de Guadalupe, madre de Dios y madre nuestra.