Hoy recuerdo la ocasión en que, durante una entrevista que me concedió su Santidad el Papa Francisco, le pude hacer una pregunta sobre la crisis de los emigrantes en el mundo, ante lo cual él me respondió: «No se olviden que tenemos una madre amorosa. Cuando San Juan Diego trataba de escaparse de la Santísima Virgen en el Tepeyac, pensaba: esta Señora me pone en complicaciones. Ella le dijo: “Niño Juanito, no tengas miedo, ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”».
Los monjes rusos de la época medieval o antes, tenían un consejo muy lindo. Ellos decían: «cuando hay turbulencias espirituales, acogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios», y eso es lo que puedo y quiero decirles, ella se lo dijo a Juanito en su lengua, «no tengas miedo. ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?». Y ese es el saludo que les quiero dar.
En los actuales momentos, nuestra iglesia está viviendo tiempos de mucha turbulencia. El Santo Padre, el Papa Francisco, como cabeza de la Iglesia, está llevando una gran carga sobre sus hombros y este es un momento donde debemos unirnos como Iglesia, sabemos que quien en realidad está detrás de todo esto, es el mismo enemigo de nuestras almas, Satanás. Me siento con la obligación de orar intensamente por todas las personas involucradas, creyendo en la justicia y misericordia divina. Nuestras oraciones por quienes han sido afectados, pensando en lo dicho por el apóstol San Pablo: “Si un miembro sufre, todos sufren con él.”
¿Qué debemos hacer ante todo lo que escuchamos y leemos al respecto? Como un miembro más del cuerpo de Cristo, debo insistir en que nuestra fe debe estar únicamente puesta en Jesucristo, fundador de nuestra Iglesia. Él es fiel y nunca falla. También debemos recordar la promesa que Jesús le hizo al apóstol Pedro: “Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.” (Mateo 16, 18-19).
Por lo antes mencionado y de acuerdo a los acontecimientos que se han dado actualmente como maniobra del enemigo, que pretende desestabilizar nuestra fe, es que hoy más que nunca debemos permanecer unidos en oración por la Iglesia y por el Papa Francisco.
El enemigo busca desacreditar a nuestra Iglesia por los delitos de unos cuantos miembros, que son minoría y que actuaron contra de todos los principios que les fueron enseñados a través de las Sagradas Escrituras y su entrega al servicio del pueblo de Dios. Algunos de ellos, aprovechado su posición, actuaron en contra de quienes deberían proteger, por lo tanto debemos estar dispuestos a orar intensamente para que, a la luz del Señor, se encuentre una solución definitiva y justa.
Unidos en oración por el Papa y nuestra Iglesia
Por todo esto, mientras estas turbulencias permanecen latentes en nuestra casa (la Iglesia), es de suma importancia permanecer unidos y ofrecer nuestro apoyo incondicional al Papa Francisco, en lugar de hacer juicios y buscar ser motivo de desunión del Cuerpo de Cristo. Es ahora el momento de permanecer firmes en la fe ante la embestida del mal. Jesús nos dijo en su Evangelio: «El que no está a mi favor; está en contra mía; y el que conmigo no recoge, desparrama». (Mateo 12, 30). Considero que es el momento y el tiempo de auténticamente SALIR DE NUESTRAS CUEVAS, tal y como me lo ha encomendado en varias ocasiones el Santo Padre. Es tiempo de proclamar con fortaleza y valor que Jesucristo está vivo y que, como buenos católicos, demos testimonio de que Jesús sigue obrando en su pueblo y que es el mismo Señor y Dios, quien nos prometió su fidelidad eterna al decirnos: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.
Considero que es de suma importancia, ante la presente turbulencia espiritual que trata de empañar nuestra Iglesia, reconocer la inmensa labor que la gran mayoría de sacerdotes hacen en el mundo y en esta sociedad secularizada.
El Cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, comentó en Los Ángeles, en su intervención en un encuentro consacerdotes dijo: “El sacerdote debe ser, constitucionalmente un modelo de estabilidad y madurez, de entrega plena a su apostolado en medio de una sociedad secularizada”. En otra parte de su intervención, dijo: “El hombre se hace creador del bien y el mal y concentra egoístamente la atención sobre sí.” Y agregó: “La sana doctrina, pero también la documentación histórica, nos demuestran que la Iglesia es capaz de resistir a todos los ataques, a todos los asaltos que las potencias políticas, económicas y culturales pueden desencadenar contra ella, pero no resiste al peligro que proviene del olvidar esta palabra de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo». El mismo Jesús indica la consecuencia de este olvido: «Si la sal se hace insípida, ¿cómo se preservará el mundo de la corrupción?» (cfr. Mt 5,13-14). Ante un mundo anémico de oración y de adoración, el sacerdote es, en primer lugar el hombre de la oración, de la adoración, del Culto, de la celebración de los santos Misterios.
El sacerdote no es como “los otros”. Lo que la gente espera de él es precisamente que no sea “como los demás”. Es de considerar que un alto porcentaje de nuestros sacerdotes viven una vida de soledad en medio de la sociedad, muchas veces sometido a la violencia que llega a amenazar sus propias vidas y en donde debe cumplir su tarea de anunciar el Evangelio y proclamar misericordia, reconciliación y esperanza.
El sacerdote responde a las exigencias de la sociedad, haciéndose voz de quien no tiene voz: los pequeños, los pobres, los ancianos, los oprimidos y marginados. No pertenece a sí mismo, sino a los demás. No vive para sí y no busca lo que es suyo. Busca lo que es de Cristo, lo que es de sus hermanos. Comparte las alegrías y los dolores de todos, sin distinción de edad, categoría social, procedencia política, práctica religiosa. Él es el guía de la porción del Pueblo, que le ha sido confiada. El sacerdote no dudará en entregar la vida en el cumplimiento de su deber espiritual, al estilo de Cristo, tal y como ha sucedido con tantos de ellos en diferentes países del mundo, como México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Oriente medio, etc., para señalar algunas regiones donde encontramos grandes mártires de la fe.
Considero conveniente resaltar el trabajo de nuestros sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos, laicos consagrados, etc., porque fácilmente hemos olvidado la entrega que la mayor parte de ellos realiza en nuestras comunidades. Es fácil señalar, juzgar y omitir todas las cosas buenas y productivas que nuestra Iglesia Católica realiza a través del trabajo de todos ellos. Nuestra Iglesia lleva a cabo las más grandes obras sociales inimaginables: escuelas, universidades, dispensarios, hospitales, centros de acogida para niños y ancianos, centros de rehabilitación de toda índole, leproserías, etc.
Y es que, la labor social de la Iglesia es muy poco conocida o, mejor dicho, poco difundida. Este hecho contrasta con la enorme actividad que despliega a lo largo de todo el mundo. Ninguna organización, pública o privada, puede sobrepasar las cifras (incluso monetarias) que invierte la Iglesia en sus actividades asistenciales con la gente de bajos recursos y enfermos, y lo mismo en el ramo de la educación y salud, aparte de todos los empleos que genera en sus servicios, en donde un sacerdote y religioso, es quien menos es retribuido.
En virtud de lo anterior, vengo en esta oportunidad a proponer y pedirle a todos los fieles católicos: sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos y laicos, a que establezcamos el primer martes de cada mes, como un día de ayuno y oración por la Iglesia y por el Papa, al cual sugiero que le llamemos: «UNIDOS EN ORACIÓN CON Y POR EL PAPA FRANCISCO». Sería maravilloso ver a lo largo de nuestro Continente Americano, lugar de esperanza y tierra de mártires, unirnos y ganar la batalla al enemigo por medio de la oración y el ayuno.
Podremos contemplar, a través de este programa espiritual, catedrales y parroquias con el Santísimo Sacramento expuesto, ya sea de día o de noche, orando unidos en la fe, veremos un pueblo de Dios salir y manifestarse con el poder en la oración.
El Papa Francisco, desde el primer día de su pontificado en la plaza de San Pedro, nos dijo: “Recen por mí”. Sin duda no fue una sugerencia, sino una petición de su corazón. Quienes piden a diario por la Iglesia y el Santo Padre, realmente aman la Iglesia fundada por Jesucristo y se gozan con las gracias recibidas del Señor; pero también lloramos y sufrimos en los momentos difíciles. Creo que, a este respecto, bien podemos recordar la firme promesa que hacemos y decimos en la ceremonia del matrimonio: TE SERÉ FIEL EN LO PRÓSPERO Y EN LO ADVERSO, EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD… Esta bella cita nupcial podemos aplicarla en el ayuno y la oración por nuestra Iglesia y nuestro Santo Padre.
Jesús nos advirtió, que “en los últimos tiempos vendrían momentos difíciles y que muchos renegarán de su fe, y muchos se odiarán y se traicionarán unos a otros. Pero el que siga firme hasta el fin, se salvará”. (Mateo 24, 10 y 13). Entonces, yo creo que ha llegado el momento de perseverar y proclamar: ¡VIVA CRISTO REY!, tal y como lo hicieron los mártires mexicanos en los tiempos de persecución religiosa, en donde su grito era de victoria, porque su fe estaba totalmente entregada en quien todo lo puede.
Recordemos las benditas palabras, tema de esta carta mensual: «Cuando hay turbulencias espirituales, hay que acogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios» Amén.
¡Gracias, de corazón!
Infinitas gracias a todos los sembradores y sembradoras quienes, a través de su fidelidad y sus donaciones, hacen posible que nuestro apostolado: “El Sembrador”, siga sembrando la fe y la esperanza en el Pueblo de Dios, utilizando los Medios de Comunicación como la televisión, la radio y el Internet. Para todos ustedes, nuestras oraciones. Gracias por su valiosa colaboración, porque sin sus semillas no podríamos llegar a miles de almas en el mundo. Dios les multiplique su bondad.
Atentamente en el eterno amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y amparados por el manto de Nuestra Santísima Madre, en la advocación de Santa María de Guadalupe, quedo muy agradecido por su amable atención.